A veces, este oficio no está tan mal: en apenas tres días, tuve entrevista con mi tocayo Alejandro Gándara a propósito de su reciente novela El día de hoy, rueda de prensa con Pepe Calvo Poyato a propósito de sus zweigianos Momentos estelares de la Historia de España y delicioso café en Santa María la Blanca con Cristina Fernández Cubas, una señora encantadora y cargada de ideas geniales, con motivo de la reciente edición de sus cuentos completos. El viernes, de postre, Mario Vargas Llosa daba el pregón del Primer Aceite en la localidad de Osuna, y allí me fui.
En el tren iba pensando que los izquierdosos han, hemos sido injustos con el escritor peruano. Una caricatura de Vázquez de Sola, que lo retrataba como una marioneta en manos de una canina disfrazada de Tío Sam, me parece ahora ignominiosa. Cuando fue candidato a la presidencia del Perú, aquí en España le dieron con todo y al final, mira por dónde, el rival Fujimori resultó ser un horror de gobernante. Perdió el país, ganó la literatura. Pero creo que el escritor merece, no sé cómo ni por parte de quién, una disculpa.
Además, si alguna vez ha resultado antipático Vargas Llosa, la edad lo ha hecho mucho más agradable. Acudió a plantar el tradicional olivo en la fabulosa Colegiata ursaonense, y atendió a todos los medios con santa paciencia y franca sonrisa. Incluso visitó, más tarde, la mesa donde cenábamos varios periodistas, y estuvo una hora larga entrando a todos los trapos y destilando lucidez y amabilidad. Probablemente nunca llegue a comulgar con sus ideas neoliberales, pero esa noche se redobló mi admiración por el autor de La ciudad y los perros, esa novela magistral que el peruano escribió ¡con 26 años!
Mi primera residencia sevillana estaba junto a un sex-shop para mujeres llamado Travesuras de la niña mala, y al referirle este hecho se rió abiertamente y me aseguró que conoce a las dueñas, las cuales le envían cada cierto tiempo un regalo "picaresco".
Antes de marcharse, un vecino de Osuna se acercó tras el pregón a pedirle que le firmara un ejemplar de dicha novela, y visiblemente nervioso, buscando en su cabeza algún elogio que alentara la dedicatoria, acabó diciéndole al escritor:
-Enhorabuena. A mi mujer le ha encantado.
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