domingo, 30 de noviembre de 2008

Poli Navarro en barbecho

Confieso con rubor que en mis primeras lecturas de Hipólito G. Navarro fui demasiado severo. Todo lo juzgaba como un puro remedo cortazariano, de hecho veía remedos cortazarianos por todas partes, y de todos abominaba. No supe entender que el talento del onubense iría más allá de esas mecánicas trilladas, que sólo era cuestión de tiempo que terminara acuñando un sello propio y depurando su estilo. A quienes aún no se hayan convencido, les invito a leer El pez volador, estupenda antología de relatos suyos que acaba de ver la luz.
Pero junto al escritor Navarro está Poli, la persona divertida, ocurrente y afectuosa. Siempre un poco loco, con su irrenunciable aire de profesor Bacterio, pero con una locura sana, fértil, productiva. Eso aunque el otro día nos contara a los periodistas convocados a su presentación que lleva mucho tiempo sin escribir, de modo que se ha convertido en un lector compulsivo.
"Como yo", pensé al instante, aunque nunca llegué a escribir algo como Los últimos percances. Los primeros meses lo pasé mal, es cierto, no me hallaba en esa parálisis. Todos los terrores de la página en blanco me concernían. Ya no. No pienso invocar a rastras a las musas. Nada de obsesionarse con eso. Repita conmigo: estoy en barbecho literario. Estoy en barbecho literario. Como Poli Navarro.
Así se lo conté al día siguiente, cuando llamó al periódico para agradecerme el artículo. Le dije que yo llevo sin escribir concretamente desde que dejé de fumar, hace unos ocho meses. Será el cambio de hábito, la alteración del rito, lo que me tiene anulado. "¡Igual que yo!", dijo él, "Sólo que en mi caso hace ocho años. No pasa nada, uno sigue viviendo la literatura de otra manera. Pero acepta mi consejo: no dejes que pase tanto tiempo". La duda ahora es de otra índole: ¿Aguantaré ocho años sin fumar?

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