A diferencia de la mayoría, mis días preferidos han sido, desde que era chico, los lunes. Por un lado, porque, si bien había que volver a la escuela, para mí no era ningún drama, y ya que no había más remedio que hacerlo, mejor era ir descansado. Pero sobre todo me gustaban los lunes porque era el día en que mi padre traía a casa las revistas de información general, a las que culpo en buena medida de que me haya decantado por este oficio de escribir en los papeles. Sonaban sus llaves en la puerta y ya estaba yo saltando sobre él para arrebatarle el Tiempo, el Interviú -y no sólo por sus páginas más lúbricas-, a veces el Época, y siempre, siempre, mi predilecta: Cambio16.
Me gusta decir que, dejando aparte la cartilla Palau, yo aprendí a leer con Cambio16. Desde los ditoriales de Pepe Oneto a los agudísimos dibujos de Juan Ballesta, yo me lo bebía todo. Había mil cosas que no entendía, claro, pero mientras entendía o no entendía, iba poco a poco entendiendo. En esas páginas me citaba también, con escrupulosa puntualidad, la firma de Juan Madrid.
Este lunes tuve una entrevista con él, a propósito de su última novela, Adiós, princesa. Tiene Juan Madrid vitola de novelista negro puro, sin tornasoles: el más negro de las letras españolas, dicen. Le acompañan el rostro duro, la expresión de hombre maleado, la forma de entornar los párpados y de ordeñar el cigarrillo. Te pone en guardia, para revelarse al instante como alguien cercano y sentimental.
Me dijo que el periodismo está muerto, y puede que no le falte razón. Pero me gustaría pensar que algo de la semilla que él y otros profesionales de su quinta plantaron pueda germinar. Que podamos mantener la dignidad de la profesión -aunque no siempre es fácil- nosotros, los hijos de la Transición, quienes aprendimos a leer con ellos como si fueran los consabidos Mi mamá me mima y me ama, La tía Tomasa asa y asa, asa tomate, o el insuperable Obdulio es un chico observador, observa los submarinos.
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