Nunca olvidaré, no quiero olvidar la tarde en que un José Agustín Goytisolo muy cocido de gintonics me explicó la diferencia entre orgullo y vanidad: "Íbamos Paco Ibañez y yo por la Rambla de Barcelona cuando nos detuvimos ante un músico callejero que interpretaba un poema mío con música de Paco. Al terminar la canción, le preguntamos con un poco de sarcasmo de quién era aquello tan bonito. Nos respondió que no tenía ni idea, que lo había aprendido por ahí, le había gustado y lo había incorporado a su repertorio. Haber reivindicado nuestra autoría habría sido vanidad. Pero seguimos nuestro paseo con gran satisfacción: eso es orgullo".
Ahora veo a Paco Ibáñez exactamente igual que hace diez, quince años,con la misma camisa negra, el mismo rostro recio, idéntica voz. Ha venido a Sevilla para presentar un nuevo disco de poemas musicados. Nunca me ha entusiasmado su música, pero me admira su tenacidad, su perseverancia, su indesmayable alegato en favor de la libertad. Y me conmueve un poco pensar que su tiempo pasó, que su discurso -no sus intenciones- están en peligro de caducar.
En la rueda de prensa arremete contra "los americanos". Todos sabemos a qué se refiere, pero creo que la generalización sobra. También critica a los que dicen "OK" para responder afirmativamente a algo. Y no acabamos de levantarnos cuando maldice al fútbol y a los que se quedan en casa viendo esas carreras de señores en pantalón corto. ¿Son gigantes, son molinos? Sé que es una buena persona, Paco. Sé que sus propósitos son nobles, y de hecho comparto muchos de ellos. Pero salgo de allí con la sensación de que el músico dispara a la realidad con una bala de tan grueso calibre que, después de una mínima parábola, acaba aterrizando sobre sus pies.
4 comentarios:
Fue días antes de mi primer gran viaje, creo que iba de Marruecos a Grecia, que alguien puso una vieja cinta en el radiocasete. En la portada había, en negro y blanco, es decir en negativa, el perfil de un tipo joven. Dentro, Federía García Lorca, Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, José Agustín Goytisolo... y una guitarra. Pensé entonces que en lugar de irme tan lejos debería irme - o volverme pronto - a España para escuchar esta música. Aunque no lo supiera, ya intuía entonces que detrás de esta voz y esta guitarra vendrían otras: Serrat, Sabina, Aute, Llach, Plá, Ruibal...
Yo tenía 20 años. Paco, entonces, era la prehistoria: la fecha del concierto en el casete, el del Olympia en París, era 1969, tres años antes de que yo naciera. Doce años más tarde, en 2004, me volví a cruzar otra vez con este nombre: subido a las tablas de un escenario de Rivas, Madrid, ante 15.000 personas. No me lo hubiera imaginado cuando escuché por primera vez la cinta.
Ah, la grabación en el Olympia es muy, muy grande. Y le debemos también la introducción de Brassens en España. Eso sí, reconozco que el poema 'A galopar' me parece lo peorcito de Alberti. ¿Qué cosa es esa de enterrarnos en la mar?
Muy sencillo: es una reminiscencia de una vieja leyenda que atribuye al guerrero islámico Okba ben Nafi el juramento de no descansar hasta que hubiera conquistado la tierra hasta el último confín. Dice la leyenda que llegó hasta la costa oeste de Marruecos y, para estar seguro de que no tuviera que seguir cabalgando, espoleó el caballo hasta que las olas del Atlántico le mojaban los estribos. Entonces se dijo que aquí sí que terminaba la tierra firme, comprobado, nonplusultra, y se volvió.
No es que sea un gran poema, pero imagino que Alberti quería decir eso: que no había que descansar mientras se pudiera avanzar. Y no pudo decir muy bien 'hasta enmararnos (¿enmarañarnos?) en el mar'
Mil gracias por la prolija explicación, amigo Iván, pero cuando digo "¿Qué cosa es esa?" no me refiero a "¿Qué significa?", sino a "¿Cómo se puede escribir (y cantar) algo tan feo?". Pero te abrazo igual.
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