domingo, 2 de noviembre de 2008

Ceuta (y III) El sueño de Tharna

Al día siguiente fui a ver, por cuarta o quinta vez en lo que va de año, a Javier Ruibal en concierto. No me canso, todo lo contrario: lo que hace ese hombre en escena -y cuanto más reducidos la sala y el formato, mejor- es impresionante. Esta vez, no obstante, me interesó mucho no sólo lo que ocurría allá arriba, sino también lo que había entre el público. Ahí, confundidos entre el respetable corriente de a pie, reconocí a varios miembros de Tharna, un grupo de los 80 que en cierto modo marcó una época para mí y para muchos jóvenes ceutíes, algunos de los cuales, como Dani Cortés o Gabriel León, han acabado siendo a su vez excelentes músicos.
Ceuta siempre ha sido una buena cantera de intérpretes, sobre todo rockeros. En esa tradición, Tharna fue un proyecto especial por la seriedad de su planteamiento, por la insólita calidad de sus letras y por ese don inefable que Borges llamaría encanto. Tharna tenía encanto y quiso usarlo para cumplir un sueño de auditorios llenos a rebosar, luces, decibelios, escenarios enormes. Contra ese deseo se conjuraron las miserias del mercado discográfico, con sus trampas y engañifas; luego la maldición bíblica de la heroína, que se cebó con su prodigioso guitarrista, Iñaki, hasta casi anularle; y por último ese síndrome insular que padece Ceuta, esa sensación de aislamiento real o ficticia que acaba paralizando proyectos apasionantes.
Lo seguro es que, antes de su disolución, Tharna grabó un álbum, La invasión, que durante años fue una de las bandas sonoras de mi primera juventud. El amor soñado e imposible, el anhelo de ir un poco más allá en la lucha cotidiana, esa angustia al mirar el horizonte que destilan sus canciones nunca me fallaron cuando acudí a refugiarme en los surcos de aquel fatigado long-play.
Estuve conversando con el cantante, Alberto Mateos, con su primer guitarrista, el virtuoso José Fajardo, con el bajista Gabriel León, todos ellos lógicamente trabajados por la edad, pero agradecidos por nuestra veterana admiración, la de quienes crecimos con su música, y capaces aún de mostrar un sutil brillo en la mirada cuando echamos la vista atrás para recordar aquellos tiempos. Como si lo que parece un sueño roto fuera al final, en cierto modo, un sueño cumplido.

4 comentarios:

valero cortadura dijo...

mike stern¡¡¡ ese es el de spinal tap??? el que tenía los amplificadores con 11 puntos en la rueda de volumen del ampli???

Grande¡¡¡

Alejandro Luque dijo...

Amigo Valero, no me hagas mucho caso, pero el de Spinal Tap creo que era Christopher Guest. Stern ha tocado con un montón de gente, desde Miles Davis a Jaco Pastorius, pero tiene discos en solitario espléndidos. Los últimos son 'These days' y 'Who let the cats out?', altamente recomendables. En cualquier caso, me ha encantado lo de la rueda a 11, eso sólo puede ser de los Tap! Gracias como siempre por la visita!

valero cortadura dijo...

Tien usted toda la razón Don Alejandro, internet dixit. Descargando ya cosas de Stern.

Alejandro Luque dijo...

A veces a mi me gustaría no conocer a gente como Mike Stern para descubrirlo de nuevo. A disfrutar, amigo!