Nos habían advertido de su fama, recurriendo al tópico de la mala follá granadina, pero el señor que los periodistas encontramos el pasado 20 de noviembre -¡simbólica fecha!- resultó ser un dechado de simpatía y educación. También nos habían dicho que no respondería a determinadas cuestiones, pero Manuel Fernández-Montesinos, sobrino de Lorca y autor de unas hermosas memorias tituladas Lo que en nosotros vive, entró a todos los trapos y satisfizo todas nuestras curiosidades.
Una de ellas, apenas anecdótica, se refiere a un hecho que ya conté de pasada en este blog. Cuando visité Fuentevaqueros, hace años y camuflado entre un grupo de escritores invitados por la ACE, vi que todo en aquella localidad, desde la plaza mayor a la última calle, hacía referencia al poeta. El colmo era una clínica dental bautizada como Lorcadent, a la que sólo le faltaba un logotipo psicodélico saliendo de un tubo de crema.
Me contó Fernández-Montesinos que Juan de Loxa -gran valedor de Federico y poeta singular: tengo un viejo poemario suyo titulado Bang!, que él quiso vender con un dispositivo tal que, al abrirse el libro, se encendiera una cerilla oculta entre las páginas y prendiera un pequeño petardo. Su idea, me temo, no tuvo demasiado éxito-, que Juan de Loxa, decía, peleó mucho por erradicar ese tipo de sospechosos homenajes. "No te imaginas la que armó para evitar que llamaran García Lorca a un polígono industrial", agregó. De lo que se deduce que un pueblo que no honra a sus poetas es, claro, un pueblo miserable; pero un pueblo que se pasa honrándolos es un peligro.
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