martes, 4 de noviembre de 2008

Cosas de El Grilo

Joaquín Grilo en Sevilla. Yo admiraba al bailaor jerezano desde hacía mucho tiempo, cuando militaba en el grupo de Paco de Lucía. Siempre tuvo buena planta, compás y una gran personalidad, con ese modo de rematar como quien no quiere la cosa, que a mí se me hace espectacular. Cuando fui a Japón me hizo mucha ilusión saber que El Grilo estaba allí, y la primera noche, de marcha por Roppongi, lo vi desplegar toda la gracia del mundo.
Me pregunté por qué no ha llegado más lejos. Si sería falta de olfato empresarial, como le sucede a tantos buenos artistas, si sería falta de capacidad organizativa. Porque ahí lo que sobraba es arte. Más tarde me contaron (y yo ya puedo contarlo aquí, pues ha pasado el suficiente tiempo) que, en el avión de ida, un japonés espetó a El Grilo porque estaba haciendo mucho ruido, puede que incluso le diera un toque en un hombro, y éste se volvió y le atizó sin pensarlo un puñetazo. El anillo se clavó en el pómulo de la víctima y empezó a manar la sangre. Hubo lágrimas y peticiones de perdón, pero cabe imaginarse el sofocón no sólo del japonés, sino de toda la compañía que viajaba con el jerezano, ante la posibilidad de que el trabajo colectivo se fuera al traste. De hecho, la policía esperaba en el aeropuerto de Narita, pero las ágiles e intensas gestiones por parte de la compañía japonesa que organizaba el evento lograron que la cosa quedara sólo en una fuerte reparación económica.
El genio de los genios es así, me dije. Puro arrebato, tanto en escena como afuera. Lo importantes es saber arrepentirse y aprender a domar los impulsos. Pero el día que estábamos partiendo de vuelta a España, casi sin dormir, volví a ver a El Grilo provocando con modos pendencieros al pobre recepcionista del hotel, que no entendía nada y cabeceaba nerviosamente. Ahora, viendo al gran Joaquín Grilo en rueda de prensa, presentando un nuevo espectáculo, he recordado por qué lo borré aquella madrugada de mi lista de ídolos. Porque me gustan los bailaores por su manera de escobillar y por sus replantes de bulería, y no por su demoledor crochet.

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