Otro que prefirió perder la vida a perderse el placer de fumar fue el peruano Julio Ramón Ribeyro. Sus deliciosos Diarios son la larga agonía donde nunca faltan la lucidez y el cigarrillo encendido. Uno de sus mejores relatos, Sólo para fumadores, es una especie de autobiografía que tiene como hilo conductor el amor al tabaco. Con buen humor, Ribeyro improvisa en esas páginas una teoría para explicar qué tiene este vicio que nos atrae tanto. Según el escritor, podemos relacionarnos con todos los elementos de la naturaleza, menos con el fuego. La tierra la pisamos, la tocamos; el agua la bebemos, nos bañamos en ella. Pero el fuego se nos resiste: el único modo de fundirnos con él sin sufrir daños es el que nos proporciona el cigarro o la pipa. ¿No tienen los fumadores cierto aire de familia con los tragafuegos del circo? ¿No parecen parientes lejanos del dragón?
2 comentarios:
Cielos - -
a qué nos hemos atrevido,
monte, peñasco
a dónde nos llevas;
agua, cómo corres
hacia el Hades, siempre.
E incluso tú, fuego,
cuando huelo la hierba
que en tu boca arde.
Es un poema del viejo Uto; una variación sobre los cuatro elementos.
Schiller tenía otra versión: creía que el fuego también se podía beber si se mezclaba una caipirinha: limón, azúcar, agua y ron, lo que nunca tuve tan claro es cómo asociar azúcar y limón a tierra y aire.
La famosa frase de Mark Twain:
"Al cumplir los setenta años me he puesto la siguiente regla de vida: no fumar mientras duermo, no dejar de fumar mientras estoy despierto y no fumar más de un solo cigarro a la vez".
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