En el delicioso Diario de juventud de Stendhal encuentro una muy curiosa reflexión, fechada el 3 de octubre de 1808: "La vanidad nacional hace a los franceses inconquistables; considerarían una humillación el estar sometidos a un soberano extranjero. Si se sometieran, los extranjeros, con las durezas con que querrían vengarse del desprecio que el francés les haría, poniéndolos en ridículo, los empujaría pronto a la revuelta".
No soy amigo de las generalizaciones, pero mientras recorría este párrafo he sonreído pensando en los irreductibles galos de los cómics de Astérix, pero también en la vanidad que empujó a los españoles (¡exactamente cinco meses antes de que Stendhal escribiera lo transcrito!) a levantarse contra el gabacho invasor.
Algo de todo aquello debe de perdurar cuando, hace algún tiempo, mi mejor amiga francesa bromeó recordándome que, como español, había doblado las rodillas ante el poderío francés. Hube de recordarle -con una absurda altanería- que soy gaditano, y que el Puente Zuazo marcó tanto nuestra libertad como la derrota de los suyos. Después de meditar un instante, mi amiga suspiró y dijo:
-Bueno, pero nosotros también matamos bastante.
Nota.- Lo mejor es que, varios vinos más tarde, yo confesé haber querido ser francés (para pertenecer a la estirpe de Montaigne) en tanto ella hubiera preferido nacer en la cultura española, por descender de la Niña de los Peines y de la Perla de Cai.
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