Su música no es exactamente triste a la manera de, por ejemplo, un Dominique A. En Andalucía tenemos un vocablo más preciso para designar esa expresividad: lacio. Sr. Chinarro, el proyecto del cantante sevillano Antonio Luque, no es aburrido, ni melancólico, ni deprimente, pero opone su condición de lacio, esa suerte de astenia crónica, a la tradicional extroversión y jovialidad, a la indesmayable y falsa energía que el pop suele exhibir todo el rato. Frente al colorido saltarín de las estrellas al uso, él viste jerseys de tonos apagados, de los que pican, y adopta poses desganadas o indecisas. Hasta las fotos promocionales parecen mal reveladas aposta. Es una gran figura de la música indie actual, pero podrías cruzarte con él por la calle y nunca te cegaría el aura que atribuimos a los ídolos del rock. Linda paradoja: hay que tener mucha personalidad, mucha seguridad en uno mismo -hay que ser muy poco lacio, en resumen-, para mostrarse de esa onda.
He podido entrevistarle un par de veces, con su álbum El mundo según y, anteayer mismo, a propósito de su nuevo disco, Ronroneando. En ambas ocasiones me pareció un tipo muy amable, con su sentido del humor. "Llámame si puedes más tarde -me dijo esta última vez- voy con el niño camino del autobús". El niño, supongo, sería su hijo, la línea del autobús la ignoro, pero me lo soltó así, con familiaridad, como si yo estuviera al tanto de todas sus circunstancias personales. Puse el disco en el ordenador del periódico, canciones de desamor que no renuncian a un resignado guiño de ironía. Imaginé a un hombre caminando con un niño de la mano, camino del autobús, en una tarde tontorrona de sábado como aquella. Y de pronto, esa música cobró para mí un sentido, una verdad, que antes no había visto. Llamé más tarde, como habíamos quedado, y conversamos.
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