Muchos son los llamados a dejarlo, pero no tantos los elegidos. Algunos se van al muere con el cigarrillo entre los labios temblorosos, como ciertos románticos preferían la extramaunción al no de la amada. De otro gran poeta, Pepe Hierro, tengo una última memoria verdaderamente insólita. Había sufrido ya no sé cuántas operaciones extremas, y con pocas fuerzas ya acudió a Chiclana a dar una charla. Su voz era un pedregal, su pecho a duras penas procesaba el oxígeno y tenía que llevar siempre a mano una botella de aire, por si acaso. Nos acercamos a él para pedirle que nos firmara unos libros y conversar un poco. Entonces nos pidió que le diéramos cobertura suficiente como para que su mujer no le viera encenderse un cigarrillo. Un hombre que era ya un anciano, escondiéndose como un escolar para dar apenas dos pitadas a su placer clandestino.
1 comentario:
Nos lo contó, creo, Paquita Aguirre o tal vez fuera Félix en alguna charla pública: fueron a visitarle a su casa, en aquella época, y Pepe Hierro, arrastrando la bombona de oxígeno al cabo de una mediana tubería, pidió cuidado para que no hubiera un tropiezo: "No me piséis el aire que respiro".
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