Leo en la prensa nacional: En algún lugar del junio pasado, Agustín Fernández Mallo y otros "nuevos narradores" andaban en un congreso en Sevilla dando vueltas y vueltas sobre ejes como el "relevo generacional" o las "nuevas tecnologías aplicadas a la literatura", cuando un periodista se levantó de su silla y dijo: "Ya, ya..., podéis divagar todo lo que queráis, pero llegará alguien como yo, os pondrá una etiqueta y os tendréis que joder". Dos semanas después se cumplió la profecía.
El periodista, lo confieso, fui yo. Pero que no me carguen con el muerto. O como dirían en Cai, no quiero parte. Quien se sacó de la manga eso de la Generación Nocilla fue Nuria Azancot, apenas una semana después, en El Cultural. Y por lo que a mí respecta, la profecía estaba chupada, a saber: un nutrido grupete de jóvenes escritores ambiciosos reunidos por una Fundación de prestigio. La sensación, compartida por muchos, de que se estaba reeditando aquel otro encuentro de plumas americanas que consagró a Bolaño y dio el espaldarazo a un florido ramillete de promesas doradas. Una ocasión única, pensaban todos, para salir de la oscuridad. Nadie quería oír hablar de generación, pero había carreras para salir en la foto.
Lo que expliqué entonces, y lo mantengo, es que antes de entrar en un club cualquiera quiere saber cuánto lustre va a darle: ¿Qué puertas va a abrirme? ¿Qué editoriales se van a interesar por mí? ¿A qué otros congresos me invitarán, de cuáles seré excluido?. Y por otro lado, los reunidos parecían creer, con una inocencia desarmante, que dependía de ellos formar o no secta literaria, como si no existieran los medios y las editoriales interesadas. Me pregunto si alguien se sorprendió realmente de que unos días después se pusiera nombre al invento.
Mi amigo Jabo, cada vez que nos tomamos dos vasos, insiste en que yo soy de la Generación Nocilla. Nanay del peluquín. En todo caso soy de la Generación PM, la del Pan con Manteca, o a la del PAA, Pan con Aceite y con Azúcar, días azules y sol de la infancia.
El otro día, ese sabio llamado José María Bernáldez convino en que a la nueva literatura española, mal que nos pese, le falta sangre, que es la materia con que se escribe la Historia. Y de ahí a la fundación de un nuevo movimiento sólo hubo un paso: la generación Morcilla. ¿No hubo hace años una Literatura de la Berza? Que nunca le falten avíos al puchero grande y plural de -digámoslo a boca llena- la narrativa española del siglo XXI.
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