Lo diré claro: me gusta el baile irreverente, cubista, heterodoxo, abstracto, deconstructivo, pero definitivamente sabio, de Israel Galván. Y no sé cómo se me ha pasado la semana sin poder poner esto por escrito: me encontré con el artista el lunes en rueda de prensa, y volví a comprobar cómo Galván, fuera del escenario, parece encanijarse, menguar, se muestra tímido, de verbo confuso y titubeante... Luego salta a las tablas y es un despliegue, un crecerse sin límite, y sus pies y sus manos son, incluso en silencio, de una elocuencia abrumadora.
¿Es este chaval el futuro del baile? Cuesta imaginar un mañana en el que todo el mundo evolucione de la misma manera. ¿Es sólo una nota fuera de guión, un dibujo al margen? Pudiera ser. ¿Pero al margen de qué? Pues de los puristas, tanto como de los snobs. Israel Galván, cuando quiere, sabe bailar por derecho, lo que satisface las exigencias de los primeros; pero también es capaz de desobedecer los reglamentos del flamenco, lo cual aplauden a rabiar los segundos. Una vez tras otra, tendrá que cambiar el chip, de la pureza a la transgresión, para evitar caer en la absoluta complacencia de unos y de otros. El futuro, su futuro, lo dictará su capacidad para no pararse a descansar en la cuneta.
Nota.1.- Tropiezo con esto de T.S. Eliot: "El pasado debe ser alterado por el presente tanto como el presente se nutre del pasado".
Nota.2.- Hay muchos ejemplos de viajeros incansables entre los extremos del baile jondo que sobrellevan felizmente su carrera. Cito uno que me gusta mucho: Tomasito. No se puede invocar mejor al duende con más frescura y descaro. Una vez, el crítico y amigo Fermín Lobatón me elogió el haber dado con el adjetivo más preciso para resumir el baile del jerezano: "Electrizante". Aún no se me ha ocurrido otro mejor.
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