Mañana, dios mediante, saldrá publicado un reportaje que llevaba algún tiempo trabajando en la cabeza, una especie de homenaje a los traductores, y especialmente a los traductores sevillanos, pues los hay por aquí muy buenos y en alta densidad demográfica. Tienen razón en quejarse de invisibilidad, ya que a menudo su nombre está escondido junto a los números del ISBN y las reseñas al uso pasan por alto su labor. Yo logré reunir a ocho en la puerta del Rectorado, cada uno de su padre, de su madre y de su lengua o lenguas. El caso es que, de vuelta a casa, jugué a buscar en mi biblioteca libros que cualquiera de ellos hubieran traducido, y me llevé sorpresas muy gratas. Yo no sabía, por ejemplo, que le debía a Fernando Rodríguez Izquierdo el Hogueras en la llanura de Ooka Shohei, o La vida enmascarada del señor Musashi, del inigualable Tanizaki. A Victoria León le debo dos chestertones, a Enrique Baltanás un Goethe; a Jacobo Cortines, el Cancionero de Petrarca, nada menos, en la impecable versión de Cátedra; con Antonio Rivero Taravillo las deudas se me disparan, pero digamos que si tuviera que amortizar poco a poco, empezaría por el Flann O'Brien y el monumental Jamie O'Neill que ya comenté en este mismo blog, sin olvidar el Poe y otros cuervos, para llegar a Keats, Pound y Shakespeare. A Yolanda Morató le debo el Me acuerdo de Perec, un regalo que ella quiso hacerle a su chico, Juan Bonilla, y también tengo por casa su Carco y su Barrès; de Blanca Tortajada tengo sus cuentos de Updike, y de Miguel Ángel Cuevas su espléndido Al otro lado del faro, de Vincenzo Consolo, que bien podría ser la biblia de bolsillo de los sicilianófilos, y espero hincarle pronto el diente a un reciente Pasolini.
[Me permito una digresión para recordar que yo tomé una idea cabal de lo que significa traducir leyendo La lección del maestro, de Norman Thomas di Giovanni, que fue traductor de Borges, a quien a su vez debemos traducciones maravillosas. Mi favorita es el Orlando de Virginia Woolf, realizada al parecer con la inestimable colaboración de la madre de Borges, doña Leonor]
Son muchos más los paisanos que, casi sin saberlo, tengo escondidos en mi biblioteca: el propio Bonilla, Aquilino Duque, Pablo del Barco, Eduardo Jordá, Reina Palazón, Moreno Jurado, René Palacios More... Todos ellos han dedicado algún valioso pedazo de su vida -y mucho más en algunos casos- para que quienes no dominamos otras lenguas pudiéramos tener acceso a esos textos y gozarlos. ¿Cómo agradecerles tanto? ¿Cómo cuantificar la deuda, por ejemplo, en cervezas? ¿´Cuántas cenas equivalen a tanto y tan suculento banquete de tinta y papel?
4 comentarios:
La verdad esq sin traductores pocos libros llegarían a nuestras manos. Y siempre pasan desapercibidos. ¡Cuánto cambia una obra a otra dependiendo del traductor!
un saludo
Gracias a ti por la lectura, claro. Y por reivindicar este extraño mester de alquimistas.
Tienes toda la razón, amigo Coko. Alguno pueden cargarse obras maestras y otros hacer pasables obras mediocres, incluso. Por cierto, mientras llegaba tu mensaje me chivaron que se me había olvidado otra notable traductora, la arabista María Dolores López-Enamorado, ¡que conste! Y abrazos!
La reivindicación es de justicia, maestro Taravillo. Y que siga usted muchos años mediando entre unos y otros, ¡más abrazos!
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