Hay que ver lo animado que está el AVE por la mañana temprano. Tengo billete para cubrir la presentación de la nueva novela de Ana María Matute, Paraíso inhabitado, y ahí que me pego un madrugón para estar en Madrid a la hora convenida. Doy algunos tumbos para llegar al vagón-cafetería, y nada más entrar veo a Elena Medel y a su chico. La Medel es fan de la Matute a hierro -más de una vez ha amenazado con inmolarse si no le conceden el Cervantes a la barcelonesa-, de modo que le doy mucha envidia. A mí me la da su maestría como opinadora, pues con frecuencia compartimos página en El Correo y parece que el formato columna se hubiera inventado para ella, ¡ole la Ele!
Apenas me quedo solo y me dispongo a sorber mi café, aparecen Carmen Carballo, de la Fundación Lara, y Ana Gavín, de Planeta, una señora con quien da siempre gusto hablar, y he tenido la suerte de hacerlo muchas veces. Es una lectora impresionante, ha trabajado con gente muy, muy grande, pero nunca le ves el menor rastro de altivez o de pedantería. Con ella, entre otras, entendí por qué el mercado editorial español es el reino de las mujeres. Y que siga así.
Ya en Atocha, nada más salir vemos en la fila de los taxis a Luis Alberto de Cuenca. ¡Pero bueno, cómo está de literaria la Red de Ferrocarriles Españoles! Recuerdo que Agustín García Calvo publicó un poemario titulado Del tren, y Antonio Orejudo unos cuentos titulados Ventajas de viajar en tren, y Martin Amis tiene un Tren nocturno, y Simenon varios libros con trenes en su título (El tren de Venecia, El Tren, El hombre que miraba pasar los trenes), y la Highsmith sus Extraños en un tren, y Alberto Olmos sus Trenes hacia Tokio, y la Poniatowska El tren pasa primero, y Paul Theroux tiene un viaje a China titulado El gallo de hierro, que no es otra cosa que el modo chino de llamar al tren, y Agatha Christie su inolvidable Orient Express. Y no hablemos de los cuentos que ha inspirado, desde Saki a Mrozek, pasando por Stephen Crane.
Hasta el AVE, tan relativamente reciente, ha dado para una novela, Sucedió en el AVE, escrita por un tal Víctor Saltero, que al parecer no existe -es un invento de un laboratorio de márketing- pero que ha vendido una barbaridad... No he terminado de hacer mi recuento mental de libros con locomotora puesta, cuando ya estoy fuera de Atocha, junto a los tentadores tenderetes de Cuesta Moyano. Veo los libros ahí, apilados, amarillos y polvorientos, y tengo que agarrar la cartera y acordarme de Tennessee Williams: por mis adentros cruza, renqueante, un tranvía llamado deseo.
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