Los medios se hacen eco de la separación, al parecer anunciada, de Felipe González y Carmen Romero. La prensa rosa más carroñera hunde sus fauces, otras voces argumentan que "a nadie interesa la vida privada" del ex presidente. Un momento: ¿seguro que no nos interesa? Por supuesto que nada debe importarnos con quién se acueste este o aquel político, pero su pareja, aquella con la que se retrata públicamente, ¡su primera dama! no me parece una cuestión irrelevante. ¿No queda incompleto el puzzle de Aznar sin la sonrisa cínica y los libros para niños de Ana Botella? ¿Sería lo mismo ZP sin la etérea Sonsoles? Yo no puedo fiarme de que un señor elija lo mejor para un país si no es capaz de elegir lo mejor para él mismo. Además, ¿hay Juan Ramón sin Zenobia, Machado sin Leonor, Lennon sin Yoko, Sid sin Nancy? Y que no se me reboten los feministas radicales: ¿Hay Madame Curie sin Pierre, Frida sin Diego, Carmen Laforet sin don Manuel Cerezales?
La política hace extraños compañeros de cama, pero no es extraño que los compañeros de cama también hagan política. Recito a bote pronto: Evita Perón -que inspiró, por cierto, una gran novela de Tomás Eloy Martínez-, Hillary Clinton, Cristina Kirchner... y Carmen Romero. Cuando yo era chico, encontraba a esa señora guapísima y digna a más no poder. Luego supe que era nada menos que traductora del italiano -Anna Banti está entre las autoras que ha vertido a nuestro idioma- y acabó cobrando para mí proporciones míticas. Un amigo mío, el cantautor Luis Felipe Barrio, llegó a dedicarle una canción sencillamente perfecta, ¿Qué es lo que le pasa a la primera dama?, que llegó a interpretar ante la homenajeada un día en el Libertad 8, donde coincidió con ella de pura casualidad.
En un bar la conocí también yo, junto a algunos militantes socialistas. Sólo conversamos unos minutos, de modo que la impresión que me llevé fue necesariamente un fogonazo de flash. Tal vez tenía un mal día, pero me decepcionó. A diferencia de Felipe González, que seduce hablando sin parar, su discurso me resultó de una vacuidad vertiginosa. El remate fue cuando, hablando de literatura italiana, le pregunté cómo era Leonardo Sciascia, con quien ella almorzó varias veces. Su respuesta fue de una pobreza desarmante:
-Fumaba mucho- fue cuanto dijo.
2 comentarios:
A mi me comentaron, años ha, que Felipe era más bien cauteloso cuando se trataba de correr delante de los grises en las manis de estudiantes de Sevilla, y que la que realmente estaba en primera fila era ella, Carmen.
La conocí hace cuatro años en una charla a la que asistían mujeres de Cádiz y de Marruecos. Su conferencia iba a hablar del Mediterráneo como concepto cultural. Acudí feliz: ya era hora que alguien dijera en público que no hay una civilización occidental-cristiana y otra musulmana sino que aquí todo se comparte desde siempre. Estoy convencido de que quería decir exactamente eso, pero a la tercera frase empezó a liarse discerniendo lo mediterráneo de lo atlántico (¿Málaga/Cádiz? ¿Rabat/Tetuán?) y ya no hubo manera. No volvió a haber manera. De tal forma que se agradeció el que acabara pronto. Qué pena.
Pues sí, hermano, doña Carmen preside el Círculo Mediterráneo. No hay nada contra el hecho de ostentar cargos, pero haría bien poniéndose las pilas: hay mucho que hacer en el querido Mare Nostrum.
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