Uno de los primeros libros que me leí -quiero decir uno de los primeros libros adultos, y leído de cabo a rabo- fue un ensayo que andaba por casa titulado En nombre de Dios. Su autor, un tal David A. Yallop, trataba de esclarecer la misteriosa muerte del papa Juan Pablo I trazando conexiones más que verosímiles (en la tercera parte de El Padrino, Coppola recrea en la ficción una trama similar) entre el Gobierno italiano, la logia masónica P2, el Banco del Vaticano y el crimen organizado. Muchos años antes de pisar Sicilia por primera vez, me dejé fascinar por las relaciones de poder que han podrido durante las últimas décadas las entrañas de ese país querido.
He vuelto a encontrarme con algunos de los protagonistas de aquel libro en la película Il Divo, de Paolo Sorrentino. Me ha encantado, para empezar, la estética de todo el filme, los guiños a la cultura del clip, a Tarantino, a Kubrick. En el guión, la agilidad no riñe con el calado: la imagen se mueve continuamente, pero no deja de hacer diana. Y es sobresaliente el trabajo del actor Toni Servillo, que demuestra que una caricatura puede llegar a ser más fiel que un retrato hiperrealista.
En Sevilla pude conversar hace unos meses con Nicola Giuliano, el productor de la peli. Se me cayó el alma a los pies -y entendí algunas cosas- cuando contó que en la televisión italiana ya apenas hay cine ni documentales, pues la crónica rosa se come media programación. A ello atribuye él que la juventud de su país ignore por completo qué representan, por ejemplo, Aldo Moro o las Brigadas Rojas, dos fenómenos nada remotos, sino más bien de anteayer.
Claro que, pensándolo bien, ¿qué idea tienen los jóvenes españoles de Suárez, Calvo Sotelo o González? ¿Y de Carrero Blanco, o del propio Franco? Si el ejemplo italiano nos sirve de algo, ya podemos empezar a nadar contra la corriente de la desmemoria, siempre eficacísima destructora de verdades.
De momento, la buena noticia es que Andreotti, el que dijo que "en las novelas policíacas siempre se encuentra al culpable. En la vida real casi nunca ocurre", un político que ha derrochado esfuerzos toda su vida, en una huida desbocada, para evitar que la justicia lo abrazara como se merece, ha sido atrapado. Donde no alcanzaba la mano del juez, llegó el arte. El cine ha hecho lo que no pudo hacer ninguna policía. No irá a la cárcel, bueno. Pero que los hechos consten en acta.
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