lunes, 11 de agosto de 2008

Far west (VI) En el Gran Cañón

Inútil intentar describirlo. Ninguna fotografía, ninguna filmación puede hacer justicia al Gran Cañón del Colorado, el paraje natural más hiperbólico que estos ojos hayan visto. Salimos de Williams bien temprano, como a las cuatro de la mañana, y ponemos el Chevrolet Impala en camino para llegar al Cañón justitos para ver la salida del sol. En el mirador que escogemos ya se ha concentrado un montón de gente con el mismo propósito, pero la visibilidad es buena. Hace, eso sí, un frío atroz. Parecemos el patio de butacas de un teatro en los momentos previos a abrir el telón. De pronto, el primer rayo de sol asoma tras de un macizo rocoso, al principio sólo como un brillo rojizo, al poco con más agresividad, de modo que van haciéndose visibles los rasgos del monstruo: donde había un inmenso pozo de oscuridad ahora se perfila el abismo hipnótico, con sus miles de desfiladeros, quebradas, riscos, despeñaderos...
Volvemos al coche para trasladarnos a otro emplazamiento, cuando se nos aparece de frente un ciervo de astas formidables. Nos observa unos instantes y huye bosque adentro. El Cañón puede visitarse en avioneta, helicóptero, tren de vapor, kayak, todoterreno... Nosotros, más modestos, pasamos por el visitor's center para consultar los mapas y escogemos un punto de partida para emprender una larga caminata bordeando el Cañón. Decir que es maravilloso parece una obviedad. Si los esquimales tienen una docena de vocablos para designar las variedades del color blanco, me pregunto cuántos tenían los antiguos indios para distinguir la infinidad de rojos y colores tierra de estos parajes. Las ardillas mendigan frutos a los transeúntes, grandes rapaces planean morosamente en el firmamento azulísimo.
Los sentidos se aturden, sobre todo el sentido del equilibrio. La gente, sin embargo, se retrata temeraria al borde del vacío. Muchos parecen estar, una vez más, en Disneylandia, donde nada malo puede sucederles. Pero el Cañón va en serio. En una de las muchas áreas de descanso que salen al paso del caminante, hojeo un libro titulado Las víctimas del Gran Cañón: 400 páginas de mártires de estas panorámicas vertiginosas.
Me recuerda un cuento de Richard Ford, una pareja clandestina se escapa al Gran Cañón. Ella posa para la cámara, él la enfoca, pulsa el disparo, pero cuando levanta la vista ella no está. Tal vez esta belleza no sería la misma sin el potencial espanto que alberga. Pocas veces siente uno tanto placer de mantener los dos pies en el suelo.

1 comentario:

Patricia Miranda dijo...

aca hay un tour muy famoso!! que te llevan en helicoptero hasta el Gran Cagnon y te dejan en una zona a no se cuantos pies de altura y en medio de la nada hay una mesa con una cena dispuesta para dos, ya luego viene el anillo y que si te quieres casar y es cuando se rompe toda la magia con la boberia esa! pero dicen que es algo alucinante!!