miércoles, 6 de agosto de 2008

Far west (V) El Death Valley

"Las Vegas es el infierno. Para mí, es una de las representaciones del infierno", me confió José María Conget. Y luego leí a Hunter S. Thompson, sobre la misma ciudad: "Esto es el Valle de la Muerte". Yerran ambos escritores. El infierno, o sea, el Death Valley, está a tres o cuatro horas de carretera de Las Vegas, saltando al estado de California. Para llegar a él no hay que pecar mucho, sino atravesar una vasta llanura, dejar atrás las montañas de Red Rock -que por la composición geológica de su falda parecieran sangrar por certeros tajos- y descender, descender suavemente hasta el lugar de máxima profundidad en tierra de todo el planeta, donde se alcanzan los 60 grados a la sombra.
Los topónimos resultan de lo más peliculeros: a la izquierda queda un lugar llamado Dante's View, más adelante vamos hasta Badwater, capaz de dejar en ridículo a los lagos salados que he visto en Turquía y Túnez. Nada comparable a esta desolación, este calor asfixiante y esta luz cegadora. El paisaje es imponente, sí, pero lo asombroso es la reacción del cuerpo ante la hostilidad del clima. Propongo a los chicos llamar a esto turismo sensorial.
Cuesta imaginar cómo sobrevivieron los buscadores de oro que atajaron por aquí en su camino a California. En las películas vemos a esos pioneros enteros y bien hidratados, pero acá, en el infierno real, la perspectiva es terrorífica. Leo que Antonioni vino hasta el Death Valley a rodar una película, Zabriskie Point, y me pregunto quién sería su técnico de iluminación [no lo encuentro buscando en la web IMDb, pero sí descubro que la música es de Pink Floyd y Jerry García].
En el visitor's center, a 190 pies bajo el nivel del mar, la publicidad avisa: hay una fotografía de un esqueleto arrastrándose con una mochila a la espalda y un lema en grandes letras rojas: Heat kills! Puede que los norteamericanos, tan acostumbrados a vivir bajo amenazas de muerte, desoigan tan sabia advertencia como en el cuento de Pedro y el lobo.
No dejamos el lugar sin rodar entre las montañas atardecidas que revelan suficientes colores como para merecer el sobrenombre, un tanto cursi, de La paleta del pintor. Antes de abandonarlas miramos atrás por última vez, por si distinguiéramos allá en lo alto la silueta de algún legendario jinete. Voy todo el camino de vuelta embobado, tratando de recordar una canción de Tabletom que terminaba diciendo: "Californiaaaa..."

2 comentarios:

Rubén dijo...

Oye amigo español, que diblos es ese escrito, ¿cuál es el punto? No entiendo nada, no veo para donde va tu idea, aunque parece un diario destrosado, es decir, como si fueras adicto a la heroína, y cada mañana después de desayunarte unos hotdogs, te pinchas la vena y dejas entrar el opiáceo; ya que destrosas las palabras de los autores que has citado, bueno en el caso de Dante no. Pero igual lo que has hecho es un escarnio a la literatura, que de no ser por tí, probablemente estuviera aburrido en algún otro sitio, menos chistoso, pero bien o mal, te lo agradezco.

Alejandro Luque dijo...

Amigo Rubhen, tienes toda la razón, me ha salido un post de lo más deslavazado. Sería por la calor del pinche Death Valley, pero nunca por faltar al respeto de los escritores, que merecen toda mi admiración. Gracias por la visita y un abrazo!