domingo, 17 de agosto de 2008

Route 66 (III) De Bagdad a la nada

Y sigue la canción de Nat King Cole: "Don't forget Winona, Kingman, Barstow, San Bernadino/ Would you get hip to this kindly tip/ And go take that California trip/ Get your kicks on Route 66...". Tras el chasco de Cádiz, seguimos rodando por la carretera infinita. Amboy. Bagdad, donde alguna vez existió el mítico Bagdad Café de la peli, sustituido ahora por un tugurio de nueva planta donde anuncian hamburguesas de búfalo. Ludlow. Newberry Springs. Daggett. Y al fin Barstow, adonde llegaremos a la hora justa para desplomarnos en el motel más hortera que ojos humanos vieran. A la mañana siguiente comprobamos que el resto de la villa no es mucho más esplendente: lo mejor es una cafetería de suelos ajedrezados e impecables sofás rojo sangre decorada con retratos a lápiz de Marilyn y James Dean.
Tras el bacon, los huevos, las sausages y las hash browns, nos sobra energía para reanudar el camino. Muy pronto advertimos cómo el paisaje va mutando, la aridez a la que ya estábamos acostumbrados se tiñe con los primeros verdes en muchos kilómetros. Lenwood, Helendale, Oro Grande, Victorville, Devore, Fontana.
En este trayecto llegamos a la conclusión de que América se hunde. Hay tramos de la carretera con nombres de particulares, familias que hacen donaciones para mantener el asfalto en condiciones. Hace ya varios años que los políticos prometen bajadas de impuestos, pero no dicen de dónde van a sacar el dinero para financiar hospitales, escuelas y carreteras. Hasta el ejército está ya siendo privatizado. Dicen que el próximo paso serán los bomberos.
Nada de estas inquietudes perturba el sueño, desde luego, de los vecinos de las sucesivas villas-urbanizaciones que nos esperan, una interminable avenida pija a lo largo de la cual se ubican Rancho Cucamonga, Upland, San Dimas -donde los carteles remedan la tipografía western-, Glendora, Azusa, Duarte, Monrovia, Arcadia... Toda esta zona es el sueño de miles y miles de estadounidenses. Necesidad del coche hasta para comprar el pan. Un rosario de hamburgueserías, cadenas de comida mexicana y odiosos starbucks. Nadie saca al perro, nadie pasea, nadie conversa si no es, suponemos, de un casa a otra. Sensación de que la inanidad era esto. Y cuando ya empieza a apretar el hambre, llegamos a Pasadena.

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