domingo, 31 de agosto de 2008

Por Cerdeña (IV) De la Costa Esmeralda al pasado

Una ancha autopista nos trae de nuevo hasta la costa, y a la altura de Siniscola ya rodamos al reencuentro de las incómodas pero en el fondo lindas vías secundarias. Por ejemplo, la que nos lleva a La Caletta, guiño literario a esa revista de la que estoy dolorosamente dimitido, Posada, Budoni, un alto en el camino para que Iván se torture las manos capturando higos chumbos, San Teodoro y el cabo Coda Cavallo, donde almorzamos y buceamos un rato frente a las imponentes islas de Molara y Tavolara, ésta última reino independiente hasta anteayer, como quien dice. "Magnífica masa de roca que me fascinó por la esplendidez de su pesada forma", dice Lawrence, y no es difícil suscribirlo.
Pasamos por Olbia casi sin rozarla y vamos buscando las maravillas prometidas por la publicidad de la Costa Esmeralda, sin saber que nos estamos adentrando en un infierno de embarcaderos pijos y urbanizaciones horteras, desde el Golfo Aranci a Porto Cervo, pasando por Porto Rotondo y Capriccioli, Baia Sardinia y Cannigioni. Terror de bolsillos modestos, bastión inexpugnable contra el buen gusto, pernoctamos como podemos en un cámping carísimo deseando que llegue el nuevo día y dejemos atrás tan desdichado litoral.
A la mañana siguiente, como estaba mandado, brilla el sol sobre Palau y calienta nuestros corazones camino de la roca conocida como l'Orso por tener la forma de esos plantígrados que tanto le gustaban a Timothy Treadwell. Luego dedicamos buena parte de la jornada a visitar arqueología: las singulares tumbas de gigante, las necrópolis de Li Lolghi y Li Muni y un curioso tempietto en lo alto de una trabajosa colina, ¡que no se diga que en este viaje falta el senderismo!
Pero la estrella de la piedra milenaria en Cerdeña son sin duda los nuraghe, varios de los cuales visitamos por fuera y por sus a menudo insalubres adentros.
"No lo describiré", dice de uno de ellos Vittorini, "para mí, todos los que he visto carecen de interés interno. Presencias misteriosas en la campiña...". Pero interés sí que tienen estas torres, casi chimeneas habitables, construidas piedra sobre piedra pero con pericia y buena cabeza, que de pronto se yerguen a un lado de la carretera sin que nadie sepa datarlos con certeza, ni atribuirlos a otra civilización que sea la "nurágica". Hoy atracciones turísticas los mejor conservados, cagadero de ovejas los más apartados, son el orgullo de los sardos por lo mismo que triunfan tantas ruinas: por grandes, viejas y misteriosas.

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