jueves, 28 de agosto de 2008

Por Cerdeña (I) De Alghero hacia el sur

Me viene a la memoria un episodio de El Corsario de Hierro -el mejor héroe, con diferencia, del cómic español- titulado Las águilas del Mediterráneo, en el que unos piratas iban arrasando una por una todas las islas del Mare Nostrum y, de paso, los lectores de la historieta aprendían un poco de geografía. Iván y yo decidimos, apenas tres días antes, el asalto a Cerdeña, gran desconocida y sin embargo poseedora para nosotros de un antiguo magnetismo.
Entramos por Alghero, villa fortificada, con evidente éxito turístico, amable y sin embargo un tanto indecisa, como pueden serlo muchas ciudades de Malta. Sorprende que mucha gente, sobre todo de edad avanzada, hable un catalán claro y ortodoxo.
Con un Honda Logo amarillo chillón de alquiler, que no tardaríamos en bautizar con el nombre de Limoncello, enfilamos la carretera hacia el sur rozando el bellísimo litoral, pasando por Bosa y su río, Tresnuraghes, Cuglieri, Santa Caterina di Pittinuri, S'Archittu, San Giovanni di Sinis y por fin Tharros, asentamiento fenicio bien conservado que se despliega muy hermosamente junto a la playa dominada por una formidable torre aragonesa, ¡gran lugar para que florezca la civilización, sobre todo si es muy civilizada y muy milenaria!
Con la noche ya caída, en una villa llamada Cabras, hacemos un descubrimiento y una constatación. El descubrimiento se refiere a la pasta a la bottarga, delicia cocinada con huevas de pescado autóctono, el muggine -en España mújol o cabezudo. La constatación es que el sardo es uno de los pueblos más simpáticos y hospitalarios del Mediterráneo. Salvo algún camarero malaje que encontraremos por el camino, todo el mundo aquí es sano, educado y con una amabilidad que nos parece como de otro tiempo.

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