"Yo de mayor quiero ser como Bernáldez", dijimos tantas veces, y el bueno de José María al escucharlo fingía indignación: "¿Qué significa 'de mayor'?" Y no, no crean que era coquetería suya: en aquel famoso encuentro de jóvenes escritores de la Fundación Lara, ya se sabe, un cenáculo de viejos precoces, él era con diferencia el invitado más joven, porque sabía que la edad es un estado de ánimo y su ánimo fue siempre el de un chaval.
Le gustaba todo lo bueno, desde las muchachas hermosas que cruzan por las aceras soleadas en este preludio del verano a la mesa bien aliñada, pero sobre todo le gustaba la literatura de verdad. Nunca fallaba: cada vez que se anunciaba como ganador de un premio a algún raro escritor de provincias totalmente desconocido, lo veíamos hacer memoria y al segundo ya estaba recordando el título de dos o tres novelas del tipo en cuestión, con su argumento y todo, que había leído con provecho. Puede que sea cierto eso de que es imposible leerse todos los libros del mundo, pero José María Bernáldez estaba al menos dispuesto a intentarlo.
Se ha citado con frecuencia su amistad con González Ruano, o el hecho de que salvara la vida a Bryce Echenique en un accidente de coche (para que luego el peruano se mostrara de lo más ingrato al respecto en sus memorias, pero ése es otro cantar). A él, sin embargo, era imposible encofrarlo en la leyenda: su gracia, su buena cabeza y su calidez iban más allá de cualquier anecdotario. En las cenas de los premios nos peleábamos por ponernos a su lado, en los cócteles no había nadie mejor a quien arrimarse.
José María Bernáldez tenía un corazón que no le cabía en el pecho, y de tanto expandirse el sábado pasado dijo hasta aquí, un rato después de que nos viéramos en la Plaza Nueva, con las cámaras de su programa como testigo, y nos emplazáramos más tarde para tomarnos un vasito. "O dos", me corrigió. Se me hace mentira conjugarlo en pasado, se me hace una broma la idea de que no esté. Cómo van a ser los premios de la Crítica en Arcos sin él, las cenas de Planeta, las ruedas de prensa en las que nos falte su ironía infalible, su chispazo genial.
Incluso después de este duro trance, muchos seguimos queriendo ser como Bernáldez: alguien que deja este mundo sobrado de sabiduría, de humor, de experiencias bellas y de lecturas apasionantes. Alguien que se marcha cargado de cariño y admiración, como si fuera cosa fácil poner de acuerdo a todo el mundo para que te quieran.
1 comentario:
Esta mañana me levantaba dispuesta a intentar poner por escrito lo que siento estos días. No me iba a salir. Menos mal que ya lo has hecho tú. Beso. Lu
Publicar un comentario