Ustedes entenderán, la perspectiva de entrevistar a alguien que proclama orgulloso su amistad con Pérez-Reverte y Sánchez Dragó, es en principio como para tomar ciertas prevenciones. Pero cuando iba camino del hotel NH donde sería el encuentro, empecé a considerar que son varios y queridos los amigos míos que a su vez son amigos -y lo reconocen sin sonrojo- de Pérez-Reverte y Sánchez Dragó, de modo que había que darle una oportunidad.
Ahora puedo decir que Montero Glez es uno de los escritores más divertidos a los que he abordado. Con su pinta de cantaor antiguo, pañuelo caló al cuello y tupé de rockabilly irreductible, el autor de Sed de champán y Manteca colorá sorprendió a mi fotógrafo pidiéndole que lo retratara dejándose reducir con el brazo retorcido por el guarda de seguridad, trance en el que difícilmente podemos imaginar a Octavio Paz o a Javier Marías. Cuando le pregunté por las dificultades de los críticos para clasificarle, me respondió como una centella: "Yo ya escribí Cuando la noche obliga para tener a la crítica más ocupada que con el Ulysses de Joyce". ¿Eso es arte o no es arte?
Acaba de publicar Pólvora negra, una novela llena de curiosidad y de buena prosa sobre aquel terrorista que intentó acabar con la monarquía borbónica lanzando una bomba oculta en un ramo de flores. Me pareció Montero un grato conversador, pero sobre todo un sincero amante de la literatura y del arte. Aunque vende lo suyo, él sigue siendo un autor más bien de culto, para seguidores fieles. Desde el pasado lunes puede contar con otro fan.
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