Un mudo con un libro bajo el brazo titulado Gestualidad japonesa parece un chiste, pero debo advertir que este trabajo de Michitaro Tada me ha deparado una de las lecturas más gratas de los últimos meses. Sí, puede que ahora que la palabra ha dejado de asistirme sea bueno regresar -o al menos asomarse- al código de la mirada y el gesto, a ese abecedario prelingüístico que siempre está por descubrir. La información que el autor aporta sobre cosas tan curiosas como el sentido de la copia y de la imitación de los habitantes de este país, sus reservas acerca del contacto físico, los secretos de su protocolo, tal vez no nos sirva para comunicarnos con los nipones que se retratan junto a la Giralda, pero seguro nos presta claves para entender los cuadernos de la Shonagon, las novelas de Murakami o las cintas de Kitano, donde tanto pesan los silencios.
No hace mucho estuve en una rueda de prensa con Bob Wilson, y recuerdo que nos habló fascinado de las mil maneras que tiene el teatro oriental de, por ejemplo, dar unos simples pasos o mover la manga de un kimono. Leyendo a Tada he recordado también que de jovencito fui un judoka bastante entusiasta, pero incapaz de descifrar la profunda significación de cada uno de los ritos que repetíamos en cada entrenamiento.
El saludo clásico (rei), lo reflejó muy bien el poeta Juan Antonio González-Iglesias en estos versos, que exceden el pretexto orientalista para cargarse de valor simbólico:
...que con la reverencia
mutua se intercambian
discípulo y maestro en el aikido.
Uno a otro se dicen:
Gracias por enseñarme.
Nota.- Una cosa más sobre Tada: entre sus muchos libros figura un ensayo -que se promete apasionante- sobre el vínculo metafórico entre el incendio intencionado y el amor en las canciones populares. Por cosas como ésta resulta imposible no amar ese país.
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