José Antonio Marina exponía como ejemplo de inteligencia el caso de aquel equipo de químicos que recibió el encargo de diseñar un pegamento potentísimo. En las primeras pruebas lo que les salió, en cambio, fue un producto de poquísima fuerza, pero lo que muchos llamarían fracaso terminó derivando en un éxito arrollador: había nacido, por casualidad, el post-it.
Con esta anécdota quería Marina explicar que la inteligencia es, entre otras cosas, la capacidad de convertir una situación adversa en favorable, de hacer de la necesidad virtud. Estaba preguntándome si hay manera de convertir estos silencios míos -el terapéutico y el otro, el de la sequía productiva- en algo valioso, cuando recordé que ya un escritor de una generación anterior a la mía echó morro y se escribió una novela protagonizada por un escritor al que no se le ocurre nada.
Salvando las distancias, algo parecido pensé anoche viendo Some kind of monster, el documental alrededor de la grabación del último disco de Metallica. Nunca han sido los de San Francisco santos de mi devoción, pero reconozco que toda esa peripecia filmada de egos en colisión, trastornos de personalidad, vacíos existenciales y crisis de creatividad me cautivó. Los músicos -con el siempre odioso Lars Ulrich a la cabeza- contratan incluso a un psicólogo para que les ayude a superar el bache. En un momento de la cinta, uno piensa que lo de menos es saber si van a seguir juntos y grabar nuevos discos: lo importante es que están haciendo una película con sus miserias, y que sin duda la van a vender bien. Hay situaciones que exigen hablar a corazón abierto, pero eso es difícil con tres cámaras encima. En qué momento son ellos mismos y en qué momento están actuando, es algo que no sabrán ni ellos. A determinadas temperaturas, el disfraz y la piel se funden como una sola cosa.
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