viernes, 30 de mayo de 2008

Sorolla y el rostro de España

Vinieron mis padres a visitarme, y fuimos juntos a ver la muestra Visión de España de Sorolla, que acoge estos días el Museo de Bellas Artes. A mi madre le llama la atención el formato de las piezas, tan grande que te permite entrar en las escenas como a través de una ventana, abstraerte en ellas. La luz del valenciano, personalísima, inconfundible, tiene algo hipnótico: los visitantes quedan deslumbrados como gorriones ante, por ejemplo, la escena de los pescadores de atunes o la del mercado extremeño, que irradian resplandores tremendamente logrados. Mucha gente se asombra también de la riqueza de las texturas, el modo en que el pintor recrea los detalles de un traje de luces, una falda bordada o unos abalorios.
Ya en casa, leo algunas de las cartas -recientemente publicadas- que Sorolla envió a su mujer, Clotilde, mientras realizaba aquel periplo por la España profunda que plasmaría en estas telas. Sonrío ante su debilidad: "Yo fumo y fumo, pienso en mi cuadro que tengo delante", dice. También habla de los tejidos -"el traje es bonito, pero es muy barroco"-, de los accesorios -"caballos, monturas, trajes caros..."-, del paisaje o de la meteorología. Pero me ha costado encontrar referencias a los modelos, como ésta: "Las gentes son más ladinas que todo cuanto he visto y conocido en mi vida, son los Sanchos exactos. De Quijote hasta la presente no he conocido ninguno".
Me choca porque, si en algo vemos la esencia de España en esta serie, no es en el tipismo regional ni en los fondos ibéricos y mediterráneos; si Sorolla clavó nuestro espíritu como pocos -habría que irse a Goya y a Zuloaga para encontrarle parangón- fue gracias a esos rostros embrutecidos, ágrafos, malcomidos, esos semblantes de santo inocente, el de la bailaora con sombra de bigote sobre los labios y el del marinero con orejas de soplillo, el diestro ceceante o el capillita absorto. El gran hallazgo de esta exposición es esa cara indisimulable del subdesarrollo, que diría Desnoes, esas facciones que todavía reconocemos por la calle, a menudo, un siglo después de que fueran retratadas.

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