Pido disculpas a los visitantes asiduos de este blog por la falta de nuevas entradas en los últimos días. El silencio obligatorio ha venido acompañado de una extraña parálisis que desalentaba cualquier intento de comunicación a través de esta ventana. "No nos basta la palabra, queremos también la voz", me escribió afectuosamente Mané tras el paso por el quirófano. Pues perdida la voz, ya estaba yo sintiendo que me quedaba también sin palabras. Y no es una sensación agradable para alguien que se gana la vida y canaliza sus pasiones con estas cosas del lenguaje.
He recordado estos días que Chano Lobato, gran cantaor y mejor contador de historias, me refirió el caso de cierto flamenco gaditano que no pronunció palabra hasta cumplidos los doce o trece años de edad, y que el primer vocablo que salió de sus labios no fue otro que "moniato". Para que luego digan que en España no se ha pasado hambre, anda que no.
"Yo me salvo, yo sólo, en mi silencio, con mi silencio, que me ha hecho así -como el tiempo quiere- perfecto", dice el Serafino Gubbio de Pirandello, que termina "solo, mudo e impasible" al final de la novela. A mí no me parece un final muy feliz, la verdad. Tampoco me gusta pensar en el Mudito de los Siete Enanitos, que protagoniza el colmo del terror cuando descubre quién es la malvada madrastra-bruja y no puede transmitirle esa revelación a sus compañeros. A Disney le gustan bastante estas crueldades, porque en La Sirenita, si no recuerdo mal, también hay un episodio de mudez angustioso.
¿Y hay algo más violento que un monarca diciendo 'por qué no te callas'? Obsérvese que no se pide al interlocutor que deje de decir tonterías, que sea razonable y educado; no, se le exige que cierre el pico. Un proverbio -árabe o chino, ahí tenemos opiniones divergentes- ordena callar si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, como si se tratara de un examen en el que tú mismo eres el alumno y el juez. Es algo casi tan perverso como el "me gustas cuando callas, porque estás como ausente", de Neruda, un poeta que no se callaba ni debajo de agua, dicho sea de paso, con aquella voz suya, tan gomosa y afectada.
Lo que en realidad quiero decir es que si me he ausentado estos días del blog no ha sido por falta de ganas ni tiempo, sino por algo mucho más paralizante: un freno irracional y estricto, una especie de miedo visceral a no ser dueño de mis palabras, a abrir la boca y oírme decir algo que no tenga la suficiente gracia, interés o profundidad. Por ejemplo, moniato.
1 comentario:
jijiji, si la falta de voz en consecuencia te pega tan buen sentido del humor, pues habra que negociar!! feliz de leerte siempre, que bueno que estas de vuelta!
Publicar un comentario