Vi por primera vez a Jesús Pardo en un encuentro de escritores en Granada, hace muchos años, pero no había leído aún nada de él y no le eché demasiada cuenta. Sólo tiempo después leí boquiabierto su demoledor Autorretrato sin retoques, y más tarde sus Memorias de memoria. Pardo tiene ya una edad y creí que ya nunca me sería dado entrevistarle, pero mira por dónde ha sacado el tercer tomo de sus memorias, Borrón y cuenta vieja, y venía invitado a la Feria, así que ni me lo pensé. Apareció por el hall del hotel muy elegante y con envidiable aspecto, tan bien conservado como un martillo metido en manteca, con algo de personaje berlanguiano. Durante una hora larga conversamos de muchas cosas, y todas interesantes. Sólo se mostró turbado al hablarme de la atroz depresión que sufrió durante meses, y de la consecuencia directa de ello: su retorno al redil de la Iglesia católica. Por lo demás, me encanta de él esa notable capacidad para recrear el lenguaje, con expresiones como "cundente quieroynopuedez". Esta fue nuestra charla resumida:
«Entré en el Café Gijón con la máquina de la verdad»
–En estas memorias describe su propia muerte. ¿No es un lector un poco impaciente de sí mismo?
–En estas memorias describe su propia muerte. ¿No es un lector un poco impaciente de sí mismo?
–Si alguien dice que va a contar su vida, tiene que haberse muerto. Si saco unas memorias póstumas, no me va a creer nadie, así que la única manera de seguir era matándome.
–La primera entrega fue resumida por Umbral como “Jesús Pardo ha entrado con una metralleta en el Café Gijón”. ¿Ahora sólo se dispara a sí mismo?
–Yo entré más bien con la máquina de la verdad. El Gijón fue un fraude del que no ha salido ni una obra literaria seria, y un remanso de paz en el Madrid del franquismo. La indignación de Umbral fue porque no le menciono. Su vanidad no le dejaba dormir.
–¿Llegaron a amenazarle?
–Si, pero no en la literatura, sino en mi familia santanderina. Recibí anónimos, llamadas. Una vez iba a dar allí una charla y pregunté cuánto valía contratar un gorila. Me dijeron que 5.000 pesetas diarias, pensé que iba a salirme muy caro y me quedé en casa.
–En sus libros no sale bien parado el periodismo franquista. ¿Hemos mejorado?
–Es que antes no había periodismo, había unos secuaces del sistema, Yo fui corresponsal en Londres, trabajaba una hora al día y vivía como un pachá, pero si se me escapaba algo que pusiera en duda la infalibilidad del Caudillo, me iba a la calle inmediatamente.
–¿Se reconoce a sí mismo como su mejor personaje?
–Como todos, tengo mi vanidad, pero si escribes tus memorias tienes que decir la verdad. En mi vida hay un 50 % de cosas buenas y otro de cosas malas, y siento un perverso placer contando las dos.
–Decía Onetti que no hay peor manera de mentir que decir toda la verdad.
–Y no hay atrevimiento más peligroso. Si usted y yo nos pegamos ahora, dentro de cinco minutos no tendremos la verdad, sino la memoria elaborada, como en Rashomon. La verdad es inasequible a la inteligencia.
–Bailó un tango con Cela. ¿No temía ningún pisotón?
–En absoluto, a Camilo se le daba muy bien esa zancada larguísima del tango, no sé dónde la aprendió.
–En la literatura también era de zancada larga.
–Era un tipo muy simpático, un poco bruto, pero muy divertido. Al final echó su vida a perder tontamente, pero escribía como Dios y daba todo a sus amigos, menos prestar dinero.
(El Correo de Andalucía, 21/05/09)
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