A Javi Lucini lo conocí precisamente en una Feria del Libro de unos años atrás. Ya conocía a su padre, el gran Fernando González Lucini, quien más sabe de canción de autor española y latinoamericana del mundo mundial, y tan generoso que hizo un prólogo para el disco Olla de grillos de Juan Luis Pineda hace siete años y todavía se lo estamos agradeciendo. No iba a defraudarnos su vástago, un tipo de más de dos metros, con el tatuaje de George Clooney en Abierto hasta el amanecer asomando por el cuello de la camiseta, pelo largo y perilla como si fuera el guitarrista de Testament o de Pantera, pero con el corazón puro de un niño. Yo había empezado a apreciarlo como traductor, pues publicó muy seguidas algunas versiones interesantísimas y muy desconocidas para mí de Melville, Longfellow y Hawthorne, pero me quedaba disfrutar de la persona.
Parecerá una tontería, pero el momento que selló nuestra amistad fue aquel en que, de alta noche y etílica pleamar, referí cierto álbum del superhéroe Wolverine -Lobezno- que viaja a Japón en busca de un amor perdido y tiene que hacer frente a unos temibles mafiosos. Aquella lectura adolescente se había perdido en los vericuetos de la memoria y no había forma de dar con ella físicamente en ningún catálogo a mi alcance. "Sí -dijo Lucini- era aquel cómic en que Logan se encontraba con su novia Mariko-San". Fue suficiente para fundirme con él en un abrazo y celebrar que culturalmente nos hubiera alimentado la misma loba capitolina.
Me avergüenza recordar que algún tonto malentendido nos enfrió un tiempo, pero también me hace feliz saber que no tardamos en volver a encender, sabrosa y humeante, la pipa de la paz. Lo digo porque esta semana, tuve el honor de presentar en la Feria un libro raro y fascinante, Soy apache, las memorias del indio Gerónimo. Es también una lectura amarga, pues recoge el relato de un hombre en cierta medida humillado, abandonado al alcohol y al dinero fácil, un héroe convertido en atracción de feria que sin embargo se fortalece en la memoria y en la consciencia de las propias raíces. Cómo llegó el Gran Jefe Lucini a esta lectura, y cuanto ha sucedido después, será objeto de otro libro, Apacherías, que verá la luz después del verano. De momento, saludamos la salida de este título con un ¡jau! alto y claro, y le deseamos una venturosa vida en este mercado de forajidos y cazadores de cabelleras, tan corrompido por la fiebre del oro.
Parecerá una tontería, pero el momento que selló nuestra amistad fue aquel en que, de alta noche y etílica pleamar, referí cierto álbum del superhéroe Wolverine -Lobezno- que viaja a Japón en busca de un amor perdido y tiene que hacer frente a unos temibles mafiosos. Aquella lectura adolescente se había perdido en los vericuetos de la memoria y no había forma de dar con ella físicamente en ningún catálogo a mi alcance. "Sí -dijo Lucini- era aquel cómic en que Logan se encontraba con su novia Mariko-San". Fue suficiente para fundirme con él en un abrazo y celebrar que culturalmente nos hubiera alimentado la misma loba capitolina.
Me avergüenza recordar que algún tonto malentendido nos enfrió un tiempo, pero también me hace feliz saber que no tardamos en volver a encender, sabrosa y humeante, la pipa de la paz. Lo digo porque esta semana, tuve el honor de presentar en la Feria un libro raro y fascinante, Soy apache, las memorias del indio Gerónimo. Es también una lectura amarga, pues recoge el relato de un hombre en cierta medida humillado, abandonado al alcohol y al dinero fácil, un héroe convertido en atracción de feria que sin embargo se fortalece en la memoria y en la consciencia de las propias raíces. Cómo llegó el Gran Jefe Lucini a esta lectura, y cuanto ha sucedido después, será objeto de otro libro, Apacherías, que verá la luz después del verano. De momento, saludamos la salida de este título con un ¡jau! alto y claro, y le deseamos una venturosa vida en este mercado de forajidos y cazadores de cabelleras, tan corrompido por la fiebre del oro.
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