miércoles, 2 de mayo de 2012

Un pequeño desacuerdo con Mendoza



No es la primera vez que dejo constancia en este blog de la simpatía que me inspira Eduardo Mendoza: como escritor -aunque no me interesen lo más mínimo sus ocurrencias más vendibles, empezando por aquella patochada titulada Sin noticias de Gurb- y como persona, pues su talante amable y cortés ya son legendarios en el áspero mundillo de la cultureta.  

Tal vez por eso me ha sorprendido (¿iba a decir decepcionado?) leer en una entrevista el El País esta opinión suya en titulares: “Con la crisis hemos recuperado algo que no debimos olvidar, que este es un país pobre y cutre”. Una declaración que le iría mejor, por ejemplo, a un Pérez-Reverte, siempre a la caza de la complicidad visceral del lector burgués, o de un Sánchez Dragó, que parece mirar a España desde Japón, a todos los efectos. ¿Pero Mendoza? ¿Por qué ese rapto de derrotismo carpetovetónico, a qué esa nostalgia de un complejo feroz?

A ver, no es que uno piense que en España no ha habido, sigue habiendo y habrá pobreza y cutrez para parar tanques en Tiannanmen, como diría mi querido Paco Camero. Eso ya lo explicó don Antonio Machado mejor que nadie, y no vamos a enmendarle la plana a estas alturas. Lo que me pregunto es por qué no habríamos de permitirnos el lujo de olvidarlo de vez en cuando, incluso de jugar (¡sólo un juego!) a dejar de serlo, a soñar despiertos, qué sé yo, con la remotísima, casi nula posibilidad de huir de nuestra sordidez congénita y esencial.

Mendoza parece creer que no, que esas ínfulas primermundistas que nos dieron en los 80 y 90 fueron un craso error, y suerte que ha venido esta crisis redentora, como un ventarrón de justicia poética, a ponernos por delante nuestro verdadero espejo, a mostrarnos nuestra ceja única bajo la boina y nuestra alma negra como un Goya. Pero él sabe que no es cierto. Con todos sus lastres seculares, España ha demostrado en muchas ocasiones que podía salir del pozo del subdesarrollo, esa hoquedad que no es tanto una coordenada económica como un estado de ánimo, una profesión de fe.

La transición española fue la primera gran sorpresa que nos dimos a nosotros mismos, y el hecho de que ahora sea tan duramente cuestionada no es sino una prueba más de su éxito, un síntoma de normalidad democrática que certifica su culminación. Ahora que se celebran los 20 años de la Expo y las Olimpiadas de Barcelona, también podemos asombrarnos con la capacidad de transformar nuestra propia realidad que tuvimos en concretos y decisivos momentos históricos. Pero no sólo en ellos. Quienes nos han visitado regularmente desde la Europa del Norte en los últimos 30 años reconocen su asombro al comprobar que prácticas que consideraban imposibles en España -que los conductores se pusieran casco o cinturón de seguridad, que se dejara de fumar en lugares públicos, que las papeleras sirvieran para algo, que las mujeres fueran algo diferente a chachas o sacos de boxeo- han ido poco a poco consolidándose en la vida cotidiana. Cuando esa forma de progreso se instala, no hay, no debería de haber vuelta atrás. El camino que queda por recorrer no abole, en ningún caso, el efectivamente recorrido.

Pobre y cutre desde los tiempos de Viriato, en efecto, este país ha dado al coronel Tejero, pero también a María Zambrano; a Jesús Gil, pero también a Rafael Sánchez Ferlosio; a Esperanza Aguirre, pero también a Juan Goytisolo. Y menciono a escritores -todos ellos, por otro lado, nada sospechosos de chovinismo o autocomplacencia- porque los tengo más a mano, pero también podría hablar de grandes deportistas, científicos, artistas plásticos e incluso a grandes ciudadanos de a pie, anónimos españolitos que vinieron al mundo para contribuir, con su granito de arena, a que todo a su alrededor fuese un poco más digno, y más rico, algo que no siempre tiene que ver con el dinero.

Este es un país que dio, también, a Eduardo Mendoza. Ninguna crisis debería permitirnos olvidarlo.    

P.S.- La foto superior, que ilustraba el artículo citado, es de Carles Ribas.

2 comentarios:

César Romero dijo...

Querido Alejandro, citar a Juan Goytisolo como escritor nada sospechoso de autocomplacencia me parece algo poco acertado. Si quieres decir nada sospechoso de autocomplacencia "nacional" (española, se entiende, porque con otras naciones, Marruecos por ejemplo, bien complaciente es), pues sí. Como tal vez al gran Mendoza le faltó añadir que no debemos olvidar el "lado" cutre y pobre de España, que siempre ha existido, y sigue existiendo. Aunque, como bien dices, no es el único, ni el que siempre hay que iluminar.
Por otra parte, ¿cuáles son esas "ocurrencias más vendibles"? Casi todo lo que escribe EM se vende, y mucho. Y su saga del detective anónimo a mí no me parece ninguna patochada. Si esas novelas estuvieran editadas en un ligero tono amarillo y firmadas por Wodehouse o Lodge las tendríamos por obras con fino o británico sentido del humor. Clásicos, claro. Con pocos escritores españoles me he reído tanto como con EM. Y su humor no consiste en reírse de las desdichas del prójimo, por lo que, creo, con esas obras ha contribuido bastante a que dejemos de ser algo menos cutres o pobres. Un saludo cordial (y prodígate más).

Alejandro Luque dijo...

César querido, ante todo gracias por tu generoso comentario. Yo no creo que Goytisolo sea un escritor autocomplaciente, salvo que entendamos como tal el gusto por estar en los márgenes, y/o a la contra. Pero no lo veo (recurramos a los sinónimos) jactancioso, bien pagado de sí mismo, vanidoso, arrogante, engreído... Es malaje, te lo concedo, pero esa es cosa muy distinta. En cuanto a Mendoza, sé que mi comentario puede herir susceptibilidades, pero invito a comprobar el considerable escalón que hay entre 'El misterio de la cripta embrujada' y el muy inferior 'Laberinto de las aceitunas', y no digamos ya con ese divertimento de usar y tirar -lo digo por su reconocida condición de 'lectura de verano de prensa'- que fue el Gurb. Digamos que me gusta tanto el buen Mendoza, que no le permito que se deje tanto de ir... A ver cómo está el nuevo. Un abrazo.