jueves, 3 de mayo de 2012

Greenaway, pura imagen


Peter Greenaway es una figura lo suficientemente magnética como para impresionar a un nutrido grupo de periodistas experimentados (de esos dispuestos a asegurar que no se impresionan fácilmente) durante una hora de preguntas, y dejarlos con ganas de más. Es lo que hizo recientemente en Sevilla, adonde acudió invitado por el Cicus. Rápido, elocuente, con la justa dosis de humor e ironía, con la llama de gas de sus ojos azules viva pero contenida, hipnotizó a la sala de prensa antes de presentar uno de sus últimos trabajos.

Un poco disperso, se diría que aposta, el galés expuso muchas cuestiones, pero sobre todo una muy llamativa: la idea rompedora de que sobra texto en nuestro mundo, de que ya está bien de leer tanto, que ya somos mayorcitos para empezar a pensar en un lenguaje de imágenes puras, e incluso en una vía pedagógica que pase por la imagen, y no por la palabra. Tales propuestas, dados los bajos índices de lectura que se siguen registrando, frente a la invasión total de imágenes que nos ahoga, podrían parecer un sarcasmo.

Sin embargo, Greenaway sostiene bastante bien su argumentación. Explica que no basta con cultivar la mirada asistiendo a museos o viendo películas, que es fundamental crear también las imágenes, y no valen las excusas alusivas a la falta de pericia: de niños, todos dibujamos, hasta que llega un momento en que, craso error, nos alejamos del papel y los rotuladores...

Es un camino interesante, sin duda, que puede llevar a hallazgos sorprendentes -como ya está ocurriendo desde hace tiempo- en campos tan distintos como el arte, la ciencia o el mundo de los negocios. No obstante, como literófago que soy, debo consignar un punto de desacuerdo con este director. Puede que sobren textos en este mundo, como sobra casi todo. Pero de lo que no estamos sobrados es de lectores. Basta hablar con cualquier profesor de primaria para saber que, al menos en los institutos, la alfabetización no es sinónimo de comprensión de lo que se lee. O pensemos cuántos, de entre los adultos, leen con prisa, en pantallas cada vez más pequeñas, en textos cada vez más fragmentarios, sin calma ni capacidad de reflexión.   

Hace tiempo que quedó desterrada la idea de que la imagen era la enemiga jurada de los libros; sería un error pensar que la fórmula inversa sí funciona. Al día siguiente de escuchar a Greenaway, gran amante de la pintura, me fui a la Iglesia de la Caridad, a ver los Valdés Leal que allí se exhiben. Llevaba casi siete años viviendo en Sevilla y queriendo hacerlo, pero siempre parecía tener otras urgencias. Pensé que el verdadero enemigo es el reloj implacable, la agenda saturada, el ritmo de vida que impone que todo corra ante nuestros ojos como una cinta enloquecida. Caí en la cuenta de que el monstruo del barroco hispalense tenía la costumbre de introducir leyendas en sus cuadros -lo que acaso hubiera irritado a Peter Greenaway-, y de que ya entonces la sensación de fugacidad debía de estresar al más pintado. In ictu oculi, vemos escrito junto a la célebre calavera que sostiene una clepsidra. Así sucede todo, En un abrir y cerrar de ojos...      

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