Cómo ha cambiado Barcelona, para mejor, en una década. La última vez que vine fue para visitar a una medio novieta cubana que trabajaba como gogó en un garito del Maremágnum. Entonces me alojé en una sórdida pensión por detrás de las Ramblas de la que sólo recuerdo un colchón que no merecía tal nombre y un cuadro desvaído de Cádiz en el pasillo, oscilando en su alcayata. Ella (mi habanera, no la alcayata) dormía todo el día, cómo es lógico, y yo me dedicaba a turistear un poco. Jugué a la petanca con unos vejetes junto a la Sagrada Familia, recorrí el Parque Güell, me deslumbraron los grabados de Picasso, compré muchos discos cerca del Raval. Me recuerdo así y casi no me reconozco, es como verse a uno mismo en una película representando un extraño papel.
Ahora escribo desde un hotel de cinco estrellas de la Plaza Pius XII y la sensación es también chocante, pero menos. En todos los años que llevo en el periodismo nunca había cubierto el premio Planeta. Éste me ha tocado. Ayer a mediodía, sin tiempo de echarnos al cuerpo siquiera un pan con tomate, nos llevaron al Teatre Nacional de Catalunya para la primera rueda de prensa: allí estaba Lara con los jurados conocidos, Carmen Posadas y su belleza andrógina, Pere Gimferrer el poeta, el divertido Álvaro Pombo, la malaje de Rosa Regás y sus gafas azules, Alfredo Bryce y su leyenda de santo bebedor, siempre a punto de pedirse un vodka con Lima. También vi a muchos periodistas de todo el país que sólo veo de premio en premio, como si desaparecieran y aparecieran en función de estos cuchipandeos. Claro que igual ellos pueden pensar lo mismo de mí.
A la tarde noche, después de intercambiar las clásicas especulaciones -¿ganará Savater? ¿será Ángela Becerra o Ángela Vallvey?-, me desentiendo de mi profesión y quedo con mi amiga Karol, de la que hablaré más adelante, para cenar por el barrio gótico, lleno de tiendas cucas y bares chetos, pero también con esquinas y balcones bellísimos, con destellos que me recuerdan un poco, cómo no, a mi Sicilia. Y para terminar la noche, me reúno con la cultureta en el Luz de Gas, legendario local en el que descarga una espléndida formación de jazz y ponen unos nada desdeñables gin tonics. Camino del hotel, veo en un kiosko el nuevo libro colectivo que ha lanzado Melusina bajo el título Odio Barcelona. Yo no.
2 comentarios:
alla voy! a viajar de nuevo contigo! Barcelona añorada!
ah! entonces lo de las cubanas es crónico, vaya, como diriamos en la isla, algo que viene de atra!! uy!
Pues ya estás tardando Pat, que casi estoy de vuelta!¿Y cómo hace uno para distinguir el amor a la tierra del amor a las personas? ¡Besos mil, loca!
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