sábado, 11 de octubre de 2008

Mariscal tiene arte

Yo acababa de cumplir la mayoría de edad y aquella mascota me parecía, como a casi todo el mundo, un mamarracho. ¿Un perro, un perro para representar a España? Con el tiempo he ido apreciando mucho más, e incluso admirando, la vasta obra como artista y diseñador de Javier Mariscal. Ni los más fieros detractores pueden negarle un estilo personal y un gran sentido del humor. Ambas cosas volvieron a ponerse de manifiesto hace unos días, cuando vino a Sevilla a inaugurar una exposición. Mariscal está tocado por esa luz, que a mí se me hace tan catalana, del burgués bien criado y de intachable formación, y a la vez gamberrete, iconoclasta y vividor.
Me reí mucho con todas sus ocurrencias, y sólo lo vi ponerse serio, serio de veras, cuando le pregunté por el hecho de que los artistas contemporáneos estén siempre bajo sospecha de fraude por parte del gran público, que llama camelo a todo lo que no entiende. Mariscal pidió respeto para todo aquel que se dedica al duro oficio del arte, e insistió en la idea de que la cultura es un alimento de primera necesidad: "Si dejas de comer, siquiera un poco de maíz, te marchitas a paso rápido. Pues lo mismo sucede con tu alma si no consumes arte, poesía, lo que sea".
La cuestión de los camelos me recordó una conversación con Iván y Dani, en Madrid: ¿Cómo reconocer qué es arte y qué es timo? La única receta que se me ocurrió, y la sigo defendiendo, es esta: es timo aquella presunta obra de arte que se corresponde exactamente con su definición. Un televisor dentro de una bolsa de plástico transparente, por ejemplo, es un timo. Pero es imposible imaginarse el Guernica, un cuadro de Tápies, una obra de Eliasson o de Sol LeWitt recurriendo sólo a las palabras. Y recordé también un sms que recibí al día siguiente de Dani, que por entonces estaba enganchado a un guitarrista anglosajón llamado Andy Timmons, que preguntaba con franco interés: "Andy, ¿es arte o es Timmons?"

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