sábado, 4 de octubre de 2008

De Bienal (V) Fantasmas del Candela

Cuánto me acuerdo, estos días, de Miguel Candela. Alguien que muere lejos, que no deja su vacío en lo cotidiano, queda como en suspenso, en un extraño aplazamiento. No es una desaparición, es otra demora, otra promesa de reencuentro. Mi amigo Ramón, por ejemplo, sigue esperándome en una Habana imposible; Miguel en esa esquina de Olmo y Olivar que ya nunca va a volver a ser nuestra. Me entristece, nadie sabe cuánto, esta sensación de que el mundo del flamenco se ha olvidado de él. ¿Tanto costaría haberle hecho un homenaje, no sé, algo, en esta Bienal?
Me he ido encontrando a mucha gente que remite a aquel universo de humo y guitarras, que me parecen salidos de él. A Kioko, hoy figura familiar, me la presentaron en Candela una noche que andaba por allí también Jorge Pardo. El bailaor Juan de Juan, tras la rueda de prensa de su último espectáculo, se acercó a preguntarme: "¿Nosotros alguna vez no la hemos pegao, verdad?" ¡Cómo no, hasta las claras del día, cuando él era casi un niño, en aquellos maratones llenos de arte y vicio! A Estrella Morente también la descubrí allí, en medio de un círculo compacto de flamenquitas entusiastas, cuando todavía quedaba mucho para que grabara su primer disco. Ayer estuve con Cañizares y recordé que sus Noches de imán y luna las había escuchado por primera vez ¿dónde si no? en Candela.
A Porrina y sus percusionistas me llevó Miguel a verlos una noche a Casa Patas, donde por cierto también andaba mi medio paisana Sara Baras. A Arcángel, a quien también interrogamos ayer en rueda de prensa, lo oí cantar una noche por fandangos que quitaba el sentío en la cueva de Candela, con Niña Pastori al lado. Y a Chano Domínguez, con quien conversé un rato la semana pasada, me llevó a verle Miguel unos carnavales a su casa de El Puerto, lástima que se había partido un brazo al resbalar con una placa de hielo en Copenhague y no pudo tocarse nada.
No, no es que nadie se acuerde ya de Miguel Candela. Es que no pesa el sentido de la deuda. ¿Qué se hace por alguien que tuvo abiertas al arte las puertas de su casa durante veintipico años?
A lo mejor Miguelillo ya no necesita de ese calor, a lo mejor cualquier homenaje sólo le provocaría un encogimiento de hombros, como un día que hablábamos de una novia muy guapa que tuvo y con la que había roto, y yo le pregunté si acaso ella no le quería.
-Qué va, me quiere con locura. ¿Pero para qué quiero yo el querer?

No hay comentarios: