Ella me había pedido que no cogiera ese avión, me dijo que no era un buen momento para vernos, y yo me sentí absurda e infinitamente desdichado. En un rapto de instinto autodestructivo, me leí sin respirar doscientas páginas de El oficio de vivir, me bebí tres cuartos de botella de Havana Club de tres años y escuché unas veinte veces seguidas un disco de Andi Deris. Lo que no me mate, debí de pensar, me hará más fuerte. Ahora recuerdo aquella catarsis de opereta con cierto sonrojo, pero tampoco abjuro del todo de ella: uno no puede pasarse la vida pidiendo perdón por sus fatales infantilismos. Al día siguiente me desperté con resaca, con un solo de guitarra tenaz metido en los oídos y con una incurable admiración (y compasión) por Cesare Pavese.
Ahora, en el centenario del escritor, vuelvo a encontrarme con el piamontés en una hermosa novela, Entre mujeres solas. Reconozco en cada página al observador piadoso, al prosista ágil y lleno de determinación, al hombre para el cual dejar de vivir equivalía a dejar de escribir. Ahora que empieza el otoño y que quien más, quien menos dejamos que el perro sato de la depre nos muerda los tobillos, a ratos me parece que somos como los personajes de Pavese, cansados de pedirles cosas a la vida, y aburridos de que ésta nos lo conceda todo. Pero siempre hay algo bueno y nuevo que echarse al cuerpo: una relectura de Pavese -no olvidemos su magnífica poesía, Trabajar cansa, que me recomendó Pepe Olivares, o su novela El Bello verano- o un buen traguito de Havana Club. Otro día hablamos de Andi Deris, que por cierto lleva mucho tiempo sin sacar disco en solitario.
2 comentarios:
Apunto en mi agenda (es un decir) los días que aprendo una palabra nueva (son muchos). Hoy, en media hora, han caído dos: en un test de no sé cuál infame página web (¿Sabe usted más que un niño de primaria?) aprendí que los elefantes no braman ni berrean sino que barritan y ahora me acabo de enterar de lo que es un perro sato. Aunque tengo que reconocer que la definición de la Real Academia me recuerda mucho aquel juego que jugaban, de ventana a ventana -y antes de mandar de un lado al otro a Talita con la bolsa de té y clavos- Oliveira y Traveler: "Dícese de una clase de perro pequeño, de cualquier color y pelo corto, vagabundo y ladrador".
García Márquez, que tanto acabó rajando de él, lo dijo muy clarito: "Cuanto más sabes, más echas mano del diccionario". ¡Besos y abrazos!
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