El Raval: llevo asociado ese nombre a fuertes imágenes, las del magnífico documental En construcción de José Luis Guerín, las del libro de Arcadi Espada, Raval. Del amor a los niños, y su prolongación cinematográfica, De nens, de Joaquim Jordá, que he visto varias veces con asombro, indignación y tristeza. Por eso, internarme en el barrio diez años después va a depararme -voy preparado para ello- notables sorpresas. Estoy seguro de que persisten en él graves problemas de fondo, pero el lavado de cara, y el reciclaje del aire mismo que corre por sus calles, es espectacular.
Se antoja una ironía que este ave fenix urbanístico albergue ahora una exposición dedicada a J. G. Ballard, el narrador del Apocalipsis por excelencia. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), uno de los motores espirituales del Raval, acoge estos días una muestra sobre el escritor británico, que siempre parece estar a punto de ponerse de moda y nunca acaba de romper en el mercado español. Un autor de culto para autores de culto, como demuestra el vídeo que recibe al visitante al principio del recorrido, y en el que veo a Fresán hablando de las cualidades de Ballard como profeta.
¿Era este señor tan sólo un profeta? Se dice lo mismo de Jules Verne, de George Orwell, de Aldous Huxley, de Philip K. Dick, de Isaac Asimov. Pero no basta con ser la Bruja Lola de las artes y las letras. Hay que dejar otra clase de huella, porque las profecías que se cumplen dejan sin trabajo a quienes las formularon: el futuro es insaciable, siempre pide más.
Se antoja una ironía que este ave fenix urbanístico albergue ahora una exposición dedicada a J. G. Ballard, el narrador del Apocalipsis por excelencia. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), uno de los motores espirituales del Raval, acoge estos días una muestra sobre el escritor británico, que siempre parece estar a punto de ponerse de moda y nunca acaba de romper en el mercado español. Un autor de culto para autores de culto, como demuestra el vídeo que recibe al visitante al principio del recorrido, y en el que veo a Fresán hablando de las cualidades de Ballard como profeta.
¿Era este señor tan sólo un profeta? Se dice lo mismo de Jules Verne, de George Orwell, de Aldous Huxley, de Philip K. Dick, de Isaac Asimov. Pero no basta con ser la Bruja Lola de las artes y las letras. Hay que dejar otra clase de huella, porque las profecías que se cumplen dejan sin trabajo a quienes las formularon: el futuro es insaciable, siempre pide más.
Ballardiano es, según el diccionario Collins, "Referente a James Graham Ballard, novelista británico, o a su obra; Que se parece o sugiere las condiciones descritas en los relatos o novelas de Ballard, esp. la modernidad distópica, los desoladores paisajes creados por el hombre y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico, social o ambiental". Recorro la exposición, muy imaginativa, aparatosa en las formas pero un tanto anémica en el fondo, entretenida en cualquier caso, rastreando signos ballardianos.
Tengo en casa la autobiografía del escritor, Milagros de vida, y me interesa muchísimo su nacimiento en Shangai y la famosa experiencia en el campo de concentración japonés, que luego Spielberg rentabilizó en El imperio del sol. El grueso de la obra ballardiana, sin embargo, no me agrada. Leo fragmentos de Crash, de Exhibición de atrocidades, y el efecto que me producen es definitivamente desasosegante, cuando no del todo desesperanzador.
Creo que algunos pasajes de la exposición (el auto semienterrado en la arena, la reproducción de la sala de hospital con sus biombos y sus camillas gélidas) también lo pretenden. Uno sale de allí pensando que tal vez ese futuro que ya es presente sea, en efecto, una mierda. Pero apenas empieza a caminar por este Raval remozado, tampoco puede uno evitar una sonrisa al recordar a don Antonio Machado: por suerte, hoy como ayer, mañana es siempre todavía.
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