José Mercé es alto, es guapo, tiene unos bonitos ojos y un pelo cuyas raíces y puntas para mí quisiera. Pero además es uno de los flamencos de trato más agradable de cuantos pueda uno echarse a la cara. Siempre pone la sonrisa, siempre tiende la mano. Nunca gasta fuerzas inútiles en ronear, y bien que podría. Se le critica -y yo creo que con cierta razón- el hecho de tener un repertorio de cantes limitados. Goza de buenas facultades, pero nunca despliega conocimientos demasiado vastos. Eso sí, en sus grabaciones, aun en esas tan criticadas por los puristas, uno siempre encuentra motivos para la emoción. El productor Isidro Sanlúcar tiene buena culpa de ello, pero a la voz de Mercé, de hermosas maderas gitanas pulidas en el barrio de Santiago, se le debe también su cuota.
La semana pasada volví a verlo en rueda de prensa, y recordé la última entrevista que le hice, concretamente para El País. Guardo una foto con él y Moraíto Chico de aquel día, en el estudio de Kaleta Records, mientras grababan un disco que bien podía ser Lío. También guardo en la memoria la advertencia del mánager: "Por favor, no le preguntes por el niño". Mercé acababa no hacía mucho de sufrir la pérdida de un hijo, pero ahí estaba, intentando sobreponerse y alumbrar esa otra criatura. El hombre estaba roto, pero me quedó una imagen de él, dentro y fuera de la pecera, de una profesionalidad intachable, ésa que tanto se echa de menos en el mundillo jondo.
El otro día estaba alegre, casi jovial, como si el tiempo no hubiera pasado por él, rápido en las bromas y también reflexivo cuando encartaba. No sé si será Mercé un buen maestro para los cantaores del mañana, pero sí un ejemplo del saber ser y el saber estar.
Ole tú, José.
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