Desayuno en la Plaza Victoria, en el Cafe des Poetes, que no es el mas barato pero esta decorado con fotos de bardos griegos -Elytis, Seferis y Ritsos son los únicos que reconozco- y en frente, apartado junto a la barra, la mirada presidencial de Constantino Cavafis. Descendemos a paso tranquilo hacia las vías conocidas de Monastiraki y Plaka, y pasamos la mañana entregados al engorroso y preceptivo rito de las compras.
El mejor rato del día lo pasamos almorzando saganaki -queso frito- en una calle apartada, con música griega a cargo de una pareja que toca el bouzaki y la guitarra francamente bien. El repertorio se me hace como la propia Grecia: algunas canciones suenan tristes, otras sarcásticas, pero todas guardan un delicioso sabor tradicional, de mar y campo, y dan para escalas melódicas muy bellas.
Antes de que caiga la noche nos demoraremos en espléndidas librerías, vagaremos por la plaza Syntagma, donde una ruidosa manifestación cuyas consignas somos incapaces de descifrar ha propiciado un exagerado despliegue de antidisturbios. Pasamos de largo y nos metemos en el Jardín Botánico, pródigo en gratas sombras, y entre ceibas, gansos y pensativas tortugas, aislados del ruido y el humo, vamos despidiéndonos de Atenas y de todo el país. Claro que han quedado muchas cosas por hacer: comer cordero y dar un salto los monasterios del Monte Athos, o, más lejos, las vertiginosas rocas de Meteora, por ejemplo. Pero siempre hay que dejar cuentas pendientes para no perder el camino de regreso.
Nuestro avión saldrá muy temprano, por lo que nos dirigiremos al aeropuerto antes de que amanezca. Miro de nuevo las calles entre tinieblas y me viene a la cabeza aquel párrafo de Calokiris, entre otras cosas traductor de Borges, que no me resisto a copiar antes de poner fin a mi breve crónica:
Displicente, cabezota, aireada, las más de las veces desagradecida, en sus relaciones celebra sin cesar los aniversarios pasados, generosa a veces e imprevisible, de formación mediana e igual altura, bastante elocuente, sin embargo, quejumbrosa empedernida y crédula, tan maleable, fácil presa de demagogos, aunque no sin esporádicos destellos de tolerancia, asimila continuamente sus errores, despreocupada y celosa al mismo tiempo, valiente y oportunista por supuesto, burlona y coqueta, se alimenta de noticias y evasivas y de cuando en cuando se lanza impetuosa hacia el futuro aunque en el fondo se mece, triste como un jardín. Y a pesar de todo atractiva, con un gran círculo de amantes todavía. Como una explosión de paciencia. Como un castigo de la Historia... Estoy hablando de Grecia.
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