domingo, 16 de agosto de 2009

Teselas griegas (III) Navegar es necesario

Navegar, ya lo sabemos, es necesario. Hacerlo por el mar Egeo, y además de noche, sólo una fantasía largamente acariciada. Por fin iba a poder vivirla, pero no imaginaba de qué modo. Habíamos sacado los billetes más baratos que había, pensando que ocho o nueve horas se van sin sentir, pero no podíamos imaginar a qué plaza nos daban derecho: cafetería del barco, siéntese donde pueda, y si no encuentra sofá, bien vale el sutil instrumento de tortura de una silla con el respaldo justo a la altura de los riñones. La otra alternativa es pernoctar en cubierta, al pairo de los vientos. ¿En qué condiciones vamos a llegar mañana a Creta? Por suerte, nos dejan descambiar sobre la marcha nuestros pasajes y comprar unos de cabina, que al menos nos permitirán dormir un poco en horizontal.
En su novela El accionista mayoritario, Petros Markaris imagina el secuestro de un ferry Atenas-Creta por parte de un grupo terrorista. Si yo fuera el comisario Kostas Jaritos, más bien me propondría detener a quienes diseñaron el mobiliario de estos buques. Cenamos pescado y un pan oscuro con tomate y queso que los griegos llaman koukouvaya. Luego, antes de irnos a dormir, tratamos de reconocer desde la cubierta alguna isla de las Cícladas en la oscuridad del horizonte, y a la Osa Mayor y Casiopea en el cielo despejado. Por el camino sorteamos a docenas de pasajeros durmiendo, o intentándolo, por los suelos o en asientos imposibles, practicando contorsiones asombrosas. Nosotros nos encerramos en nuestro camarote diminuto, y trataremos también de conciliar el sueño a pesar del fragor de los motores y las voces que atraviesan las paredes. Nunca he estado tan cerca de dormir en una caja de herramientas.
Despertamos media hora antes de tocar puerto, y salimos a cubierta para ver cómo la aurora de los dedos rosados, que diría Homero, araña ya el cielo y la silueta de la isla se revela en la proa, envuelta en una ligera bruma.

No hay comentarios: