Desembarcamos en el puerto de Souda y tomamos un taxi a la cercana Chania, nuestro primer destino cretense. Como es una hora bastante temprana, hacemos tiempo desayunando en el puerto veneciano, con su faro coqueto, sus fachadas restauradas con estilo, bajo las cuales despliegan sus toldos los restaurantes más madrugadores. La atmósfera es apacible, el lugar parece hermoso, suaves olas salpican el pie de los norays. Pero algo falla. Más tarde, cuando callejeemos por la zona -muy veneciana- de Topanas, sabremos de qué se trata. Todas las tiendas que van abriendo son de objetos artesanales, vestidos y postales. Las calles, gustosas de caminar, están llenas de carteles que dicen Breakfast & lunch, Hotel y Rooms for rent. Apenas hay señales de vida indígena en la zona.
Tal vez no podrían haberse conservado de otro modo las casas del XVII con sus cierres otomanos, la simpática cúpula de la mezquita que me recuerda al ingenio aquel que amargaba la vida a Los Increíbles, los arsenales venecianos. Pero que todo ello haya sido a costa de que el pueblo se haya marchado en masa y convertido la zona en un escenario de cartón piedra desnaturaliza por completo el espíritu del lugar. En otros lugares muy turísticos, por ejemplo el sevillano Barrio de Santa Cruz, al menos sigue habiendo vecinos de siempre, y eso da un carácter irremplazable un sabor genuino.
A la hora de comer damos al menos con una referencia literaria, el restaurante Karnagio que Markaris describe en la citada novela como el no va más de la cocina cretense. Aquí pediremos por fin la famosa taramosalata hecha con huevos de pescado y unos salmonetes deliciosos, todo regado con vino blanco y culminado con un sorbo de ardiente raki.
Después de descansar un poco damos otro paseo sin perder la esperanza de encontrar algo de vida nativa por los alrededores. Y la encontraremos, esta vez sí, bordeando la línea de mar, en un paseo marítimo pespunteado de terrazas donde se habla griego a voces, se juega a ese backgamon al que juegan los griegos, se toma batido de café y -prueba definitiva- no se cena a las siete de la tarde. Nos regalaremos un delicioso rato de lectura frente al mar sin saber si estamos en Sousse, en Beirut o en Rota, pues este azul es capaz de hermanar a orillas muy diversas.
Pero Chania, "la más bella ciudad de Creta" según el criterio unánime de las guías turísticas, es para los fabricantes de postales esa burbuja a la que regresaremos al anochecer. Ya en la cama, con las luces apagadas, nos iremos hundiendo en el sueño al compás de las canciones griegas que entonan unos músicos tañendo sus bouzaki junto a nuestra ventana.
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