jueves, 14 de enero de 2010

La esperanza de Miguel Hernández


Dudosa gloria esa de los clásicos, a los que damos por leídos. Como damos por asimilada la aspirina, o por supuesto el honor del legionario. Decir que forman parte de nuestra cultura es una verdad que a menudo sirve como coartada a nuestra indolencia. ¿Cuánto hacía, por ejemplo, que no volvía sobre Miguel Hernández? He vuelto a leerlo por culpa de Fernando González Lucini, el hombre que más sabe de poesía cantada en España, y que acaba de publicar un precioso trabajo que recorre toda la música que ha inspirado el poeta de Orihuela. El volumen se titula ¡Dejadme la esperanza! y es una guía imprescindible ahora que comienzan los fastos del centenario y que Serrat tiene listo un nuevo álbum de versos musicados.

He vuelto a leer esa poesía tremenda, esencial, telúrica, con el mismo asombro y emoción que hace quince o veinte años. Pero también he llegado a la conclusión, leyendo a Lucini, de que Miguel Hernández es, además de autor de algunas de las mejores páginas de nuestro idioma, el motor de algunas de nuestras más bellas canciones. Pocas veces canta Camarón como en El pez más viejo del río por fandangos del Gloria. Pocos temas de Serrat como Para la libertad, imposible de escuchar aún hoy sin un estremecimiento. El mejor Paco Ibáñez está probablemente en Andaluces de Jaén, que de niños oíamos a toda voz -sin entender gran cosa, la verdad, sólo intuyendo- en el vinilo de Jarcha que rodaba por casa. Etcétera, etcétera...

Lo cierto es que estos artistas consiguieron hacer realidad el sueño de cualquier poeta verdadero, que es llegar a los lectores más insospechados, aun cuando su propio nombre se pierda en el camino; que los versos se diluyan en la promiscua voz del pueblo, que sus verdades sigan sonando de boca en boca, de abuelos a nietos.

Luego hay esfuerzos que trabajan justo en el sentido contrario. Ayer leí en un teletipo que los responsables del centenario van a enviar los poemas del autor de Perito en lunas precisamente a la luna. Sí, como lo leen, en una cápsula espacial. No se especifica el coste, pero desde luego concuerda con una tendencia muy difundida entre los políticos, que consiste en querer enviar a los poetas lo más lejos posible. A ser posible, a algún lugar donde nadie pueda leerlos.

3 comentarios:

Daniel Ruiz García dijo...

Muy bueno, Alejandro. Lo del envío a la luna viene al pelo para la metáfora.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Miguel Hernández siempre ha sido mi favorito, capaz de gustar a todo tipo de personas, viril y delicado a la vez. En cuanto al envío de su libro a la luna, podríamos los poetas hacer una lectura de Miguel Hernández a la luz de la luna, pero aquí en la tierra. Un abrazo.

Hutch dijo...

Buen poeta, sin duda, y fastos merecidos, de igual manera que Leopoldo Panero también se hubiera merecido más homenajes en su centenario.
Saludos.