lunes, 18 de febrero de 2008

Quiñones en la Universidad

A Juan López, rector de la Universidad de Cádiz por entonces, le costó dios y ayuda sacar adelante su propuesta de nombrar a Fernando Quiñones doctor honoris causa. Muchos hicimos campaña a su favor, mientras algunos profesores y catedráticos se reían alegando que "eso era como darle un honoris causa a la Caleta". Fernando G. Delgado me dijo que no era mala idea doctorar a una playa de dos mil años, que había sido naumaquia en tiempos de los romanos y fondeadero de piratas, y con mayor razón si se personificaba en el hombre que más la amó: no me refiero a los autores de comparsa con sus tópicos relamidos, sino al que cada mañana bajaba a la arena para dar ejemplo recogiendo desperdicios -lo cual también fue objeto de lamentable mofa- y llamaba a las gaviotas para darles de comer como si fueran gallinas.
A Quiñones la universidad nunca le hizo demasiado caso, porque su natural desaliño y su sabiduría autodidacta no hacían juego con las togas impolutas y las tesis doctorales. Tuvo que morirse, o casi, para que empezaran a echarle cuenta de verdad. Respeto la labor de tan sagrada institución, pero abomino de su mundo de méritos puntuables, promociones carniceras, pasillos tramposos y despachos envenenados. La literatura de Fernando no puede medirse en créditos, y de aquel doctorado que al fin salió adelante (¡de milagro!) la honrada debía de ser la Universidad, y no al revés. Ahora sale a la luz una edición, bajo los auspicios de la UCA, de Andalucía en pie, el reivindicativo texto teatral que Quiñones escribió con música de Castañeda. Viene con un completo aparato de notas al pie, incluida una que define abanico (¡"instrumento para hacer o hacerse aire"!) y el nombre de la profesora que cuida la edición aparece más grande en la portada que el del propio autor.
Cuando publiqué Palabras mayores, alguien me reprochó la excesiva modestia de haber puesto mi nombre casi escondido, bajo la mesa de la fotografía y en un cuerpo muy pequeño. Sólo se me ocurrió una respuesta: ¿Dónde, y a qué tamaño, habrías puesto tú el tuyo, en una portada, junto al de Quiñones y al de Borges?

3 comentarios:

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Algunos "donnadies" que no fueron licenciados: J.R.J., Antonio Machado, Rafael Alberti... ¿Sigo? La universidad es muy respeteable... menos cuado mira por encima del hombro a los grandes de hoy a los que estudiará mañana.

Ilya U. Topper dijo...

Lo del abanico me ha encantado. Probablemente venga también: muelle (instrumento construido con la finalidad de diferenciar la tierra firme del mar), estibador (medio de locomoción para el pescado en dique seco), fino (cierta bebida que sirve para que, embotellada, pueda lucir el apellido de un personaje que hace las veces de magnate o padrino en los cuentos de los pobres), toro (aunque en su origen se refería a una especie zoológica, hoy pretexto para tratar de lo divino y lo humano por la facilidad con la que se construye alrededor de esta palabra el contexto/trasfondo/ambiente), o incluso: mar (todo aquello que no ha sido convertido, mediante la escritura, en objeto de tranquilizador aspecto seco e inanimado).

Decía el filósofo Christian Morgenstern:

"Kant y sus exégetas: ¡Cómo un sólo rico da trabajo a tantos pobres! Cuando los reyes construyen, los peones tienen en qué afanarse".

i.

Alejandro Luque dijo...

¡Si al menos introdujeran algún neologismo creativo! Por ejemplo, habanico: "natural de La Habana que va a su aire, o con viento fresco". Por cierto, yo creía que esa idea era del propio Kant. Nunca dejaré de aprender de ti, ¿en qué universidad dices que te licenciaste, axuya?