Es curioso, pero después de mi entrevista telefónica con Javier Ojeda, me tocó una conversación similar con Rosendo. Se preguntará más de uno dónde estriba la curiosidad, pues mi trabajo consiste en buena medida en indagar en la vida y la obra de la gente notable y ponerla luego en negro sobre blanco. La respuesta es sencilla: si Ojeda y sus Danza invisible, como ya relaté, pusieron la música de fondo a mi primer beso, la banda sonora de mi subsiguiente melancolía correría a cargo precisamente del cantante de Carabanchel, en concreto una cinta suya, con el prosaico título de A las lombrices, que yo hacía girar una y otra en un destartalado walk-man mientras contemplaba el lluvioso paisaje gallego desde nuestro autobús, tratando de encajar la dura idea de que nunca volvería a encontrarme con mi fugaz amada.
Por suerte, con Rosendo Mercado tengo contraídas otras muchas deudas. Demasiado joven para haber vivido el éxito de los Leño -aunque recuerdo a los chicos mayores de mi barrio ceutí cantando Corre, corre y Que tire la toalla-, sí me pilló en plena consciencia su debut en solitario, Loco por incordiar, y el ya citado A las lombrices. Me fui volviendo cada vez más metalero y dejé de frecuentarlo durante casi diez años, pero a veces es sólo cuestión de tiempo que un músico y su público, que tienen procesos de maduración diferentes, permitan que sus sensibilidades se reencuentren. Tal cosa sucedió con Para mal o para bien, álbum que me prestó mucha compañía y que todavía me pongo a menudo.
Se insiste siempre en la condición de cronista urbano de Rosendo. Yo no lo tengo tan claro. Prefiero subrayar su personalísima poética, impecable en lo formal, de notable creatividad y muy meritoria tratándose de alguien que -según me confesó- no practica la lectura más allá del periódico a la hora del desayuno. Su último disco, A veces cuesta llegar al estribillo, persevera en estas cualidades, siempre apoyadas en los acordes sencillos y rotundos de su Fender.
Hace tres o cuatro años, charlando con el compañero Blas Fernández, de Diario de Sevilla, reparé en que, con la cantidad de artistas buenos, malos y regulares que llevo entrevistados en todos estos años, nunca me había sido dada la oportunidad de vérmelas con Rosendo. "Pues cuando lo hagas, te va a encantar: es un señor extraordinario", me aseguró.
El pasado jueves me saqué esa espinita. Tiene su gracia, además, que el cuestionario telefónico al autor de El tren se la hiciera en un tren, para ser exactos en el regional Sevilla-Cádiz. Tuvimos cobertura para charlar de muchas cosas y comprobar que, en efecto, se trata de un señor encantador, campechano, honesto, sin trampa ni cartón aparentes. Al saltar al andén, empecé a arrastrar mi maleta pensando que me quedan pocos ídolos por entrevistar. Y no pude evitar preguntarme si se estará cerrando un círculo. Y alrededor de qué.
3 comentarios:
Qué envidia. Una vez, en un bar, estuve cerca de conocerle, pero llegué tarde. Es uno de los tipos con los que me gustaría tomarme un par de cervezas.
Dí que sí: un grande muy grande.
Una vez comí en una mesa al lado de la suya en una restaurante del Barrio de la Concepción. Debía de ser allá por 1993. Este hombre envejece muy bien. Y su música too. Bien contado.
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