Un buen amigo perdió a su padre hace unos meses. Coincidimos ante un café y me contó que, buceando en el papeleo burocrático propio de los menesteres hereditarios, había descubierto por casualidad -y luego otros parientes lo habían confirmado- que uno de sus abuelos había combatido en el bando republicano durante la Guerra Civil, en tanto el otro había hecho lo propio en el nacional: hechos que le habían sido ocultados durante sus 30 años de vida. "En casa -me dice mi amigo, medio aturdido aún, y un poco ofendido también- habíamos hablado docenas de veces de política, vimos documentales juntos, sobraban las ocasiones para sacado el tema... ¿Acaso creerían que no iba a entenderlo? ¿Acaso pensaban que querría menos a uno u otro?"
Esta conversación se produjo el mismo día que entrevisté a Antonio Calderón Reina a propósito de su libro 511 cápsulas contra el olvido. Confieso que cuando su editor, el gran Pisco Lira, me lo pasó con una justificada recomendación, temí que fuera un remedo de Perec y de Brainard, otro Me acuerdo más para el meolvido. Pero a la segunda página ya estaba encandilado. Su autor, actor de monólogos, empezó un buen día a cosechar recuerdos de la Sevilla de posguerra como ejercicio, y acabó reuniendo este medio millar de perlas que describen, con alto sentido poético y finísima ironía, el mosaico de aquellos años desde el punto de vista de los perdedores. No me resisto a copiar algunas:
Me acuerdo de que la belleza de las plazas públicas consistía en que podías huir por cuatro direcciones
Me acuerdo de que la felicidad era baratísima, pero no podíamos comprarla
Me acuerdo de que después de perder la inocencia, seguía igual de inocente
Me acuerdo de que los golpistas amaban a España con todas sus fuerzas armadas
Me acuerdo del vecino famélico que leía los recetarios de cocina como si fueran novelas
Me acuerdo de que le pedíamos a los turistas que nos retrataran, para salir del país como souvenir fotográfico
Me acuerdo del fuerte olor a alcanfor que desprendían los amantes que solían ocultarse en los armarios
Me acuerdo de que aparcábamos las ideas y no las sacábamos del aparcamiento
Me acuerdo de que en los noviazgos el sexo era por entregas y a largo plazo
Me acuerdo de que aquel anciano murió sin saber de qué había vivido
Me acuerdo del vecino que consiguió llegar al horizonte sin que lo detuvieran
Me acuerdo de que, como siempre íbamos con pies de plomo, llegar al futuro era cansadísimo
Me acuerdo de que nos tiraron al agua sin saber nadar y luego querían salvarnos
Me acuerdo de que la única distracción de las mujeres que se quedaban para vestir Santos era desvestirlos
Me acuerdo de que la virginidad tuve que perderla yo solo
Me acuerdo de que, antes, las calles estaban llenas de vida, y hoy de coches
Me acuerdo de que la felicidad era baratísima, pero no podíamos comprarla
Me acuerdo de que después de perder la inocencia, seguía igual de inocente
Me acuerdo de que los golpistas amaban a España con todas sus fuerzas armadas
Me acuerdo del vecino famélico que leía los recetarios de cocina como si fueran novelas
Me acuerdo de que le pedíamos a los turistas que nos retrataran, para salir del país como souvenir fotográfico
Me acuerdo del fuerte olor a alcanfor que desprendían los amantes que solían ocultarse en los armarios
Me acuerdo de que aparcábamos las ideas y no las sacábamos del aparcamiento
Me acuerdo de que en los noviazgos el sexo era por entregas y a largo plazo
Me acuerdo de que aquel anciano murió sin saber de qué había vivido
Me acuerdo del vecino que consiguió llegar al horizonte sin que lo detuvieran
Me acuerdo de que, como siempre íbamos con pies de plomo, llegar al futuro era cansadísimo
Me acuerdo de que nos tiraron al agua sin saber nadar y luego querían salvarnos
Me acuerdo de que la única distracción de las mujeres que se quedaban para vestir Santos era desvestirlos
Me acuerdo de que la virginidad tuve que perderla yo solo
Me acuerdo de que, antes, las calles estaban llenas de vida, y hoy de coches
Hoy mismo hace Rafael Suárez una espléndida reseña del libro en Estado Crítico, que recomiendo encarecidamente.
Con Calderón Reina acabé hablando de la memoria grande, la que está encomendada a los historiadores, y también de la pequeña memoria privada, familiar, la del barrio. La que él cuenta en estas páginas llenas de ternura pero también implacables. La que escatimaron a mi amigo sus propios parientes, a cuenta de sabe dios qué terribles miedos o pudores.
1 comentario:
me he emocionado Ale.
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