miércoles, 28 de octubre de 2009

Sacristán y/o Alterio

Fui al Lope de Vega a entrevistar, con motivo de su gira Dos menos, a José Sacristán y a Héctor Alterio. A éste último, que iba al teatro caminando a paso lento, enfundado en una chaqueta azul y con gafas de sol, lo pasé raudo con mi bicicleta. Sacristán esperaba muy erguido a las puertas del coliseo. En la rueda de prensa previa percibí que a ninguno de los dos le gustan las ruedas de prensa. Pues que no las hagan, joder: ya han vendido la taquilla para todas las funciones. No, se deben a su público y a los medios, que al fin y al cabo son quienes los mantienen en el candelero. No, no le deben nada a nadie: son unos monstruos escénicos que están por encima del bien y del mal. Aunque también son unos divos incapaces de disimular su vanidad. Tienen, desde luego, currículo para presumir, han hecho Historia en el cine y el teatro. Y ahora son unos pesados, hacen un teatro insoportablemente cursi y burgués. Eso es profundamente injusto con dos maestros de la interpretación y dos artistas comprometidos como pocos. Sacristán se interpreta a sí mismo a tiempo completo, y de vez en cuando a Fernán-Gómez soltando tacos y fingiendo indignación. Yo he llorado varias veces viéndole en El viaje a ninguna parte y en Un lugar en el mundo. Alterio tiene una sordera profunda. Carajo, el hombre tiene 80 años. Y debe hacer ímprobos esfuerzos para mostrarse simpático. Yo he llorado varias veces viéndole en La tregua y en El hijo de la novia. Todos los que amamos el cine o el teatro tenemos una deuda impagable con ambos. Pero es mejor verlos a distancia. Sacristán sigue siendo un galán a sus 70. Lo que no deja de tener su patetismo. Forman parte indeleble de nuestra memoria. Pero de nuestra memoria dividida, porque yo diría que no se pueden ver, Héctor Alterio tiene los ojos más azules de lo que parece en pantalla. Y usa la misma colonia que Andrés Neuman, argentino como él.

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