Fin de semana en Granada, para tocar con Juanlu Pineda. Me gusta la ciudad, donde no hay chica que no sea bella ni esquina que no tenga su aquel. Lo mismo pensé la primera vez que vine por mi cuenta, hace casi veinte años. Era un invierno helado y me apalanqué en el piso de unos medio amigachos gaditanos que tenían a sus padres engañados haciéndoles creer que cursaban carrera con algún provecho, cuando en realidad pasaban sus días entregados al mundo estupefaciente y al pequeño tráfico de grifa. En el colchón que me tiraron en el suelo fui feliz jugando a residir, yo también, en un piso de estudiantes, una fantasía que me acompañó regularmente durante años, pero que nunca llegué a cumplir. De aquella visita se desprendió un poema muy malo del que sólo retengo el final: "entre los arrayanes y los calcetines,/ el efluvio dulzón de la marihuana incandescente..."
Ahora vuelvo en fechas más calurosas, en este preludio del verano en el que la ciudad despide a su población universitaria. De noche, Pedro Antonio de Alarcón acusa el descenso demográfico acogiendo a ralos grupetes de borrachines, mientras que de día las calles son un trasiego continuo de chicos y chicas con maletas en pos de sus coches, autobuses, trenes. Nuestra anfitriona, nuestra joven y querida Violeta Sánchez, traductora en cierne, también vive en un piso de estudiantes, muy cerca de la altiva plaza de toros, y se ha quedado en Granada sólo para vernos actuar. Otros amigos, como Andrés Neuman -que mañana mismo emprende la gira americana de su premio Alfaguara- o Juan Luis Tapia -que está por irse a Grecia- piden disculpas por su ausencia.
Juanlu y yo tomamos posesión del salón y nos disponemos a darle una vuelta rutinaria al repertorio. Mientras se afina la guitarra, contemplo los monumentos al kitsch que cuelgan de las paredes, los armarios de estilo provenzal, las cajas con libros y cedés, la accidental vecindad de una botella de vino francés sin abrir con otra, medio vacía, de Beefeater. Es el paisaje después de la batalla, o de la fiesta -la breve fiesta de la inconsciencia, de la dichosa juventud-, o de ambas cosas a la vez. Un espacio como todos los que visitaba en tiempos, con ocasión de un guateque o de un romance inesperado de madrugada. Nunca es fácil hacer un hogar de estos lugares. Pero un hogar tendría que estudiar mucho para convertirse en uno de estos genuinos, legendarios pisos de estudiantes.