martes, 2 de marzo de 2010

Y otra vez Madrid (y III) Blanca Andreu


Aprovechando que estaba en Madrid, fui a la rueda de prensa de Blanca Andreu en el edificio que Planeta tiene junto a la Casa de América. La poeta gallega presentaba Los archivos griegos, un nuevo poemario después de muchos años de silencio editorial.
Los habituales de esta bitácora saben cómo me intriga el efecto que el éxito, o lo que quiera que consideremos como tal, tiene sobre el alma de las personas y sobre el mercado. El caso de Blanca Andreu es paradigmático. Con su primer libro, De una niña de provincias que se vino a vivir a un Chagall, ganó el premio Adonais cuando aquello todavía significaba mucho. Era inteligente, era sensible, era culta para sus 21 años, y -digámoslo ya- era un bomboncito en un momento en que las diosas blancas de la poesía española eran, Ana Rosetti aparte, venerables abuelitas.

Paco Umbral, a quien no se le iba una, fue el primero en echarle el ojo y la mano por encima, pero los viejos del lugar cuentan que todos babeaban por ella, lo que a menudo es antesala de indecibles rencores. Es famosa la recepción de los Reyes, imagino que aquella anual que se daba a los escritores, en la que los ojos de Juan Carlos hacían chiribitas ante la visión de Blanca enfundada en un vestido muy mini. Con menos se han construido imperios; con menos, también, se han destrozado vidas. No hay quien pase por todo eso sin perder un poco, o un mucho, la noción de la realidad. Y la niña de provincias aún no sabía que adonde se había mudado, aquella República de las Letras, no era un Chagall, sino un Bacon, o un Munch.

Se casó con Juan Benet, a quien dedica un hermoso poema en este nuevo libro. Benet murió en el 93, tras lo cual Andreu se apartó de toda vida pública y casi de la literatura. Lo entiendo. Un amigo que la trató en aquellos años habla del momento en que "se suicidó". Yo lo imagino como una inmensa liberación, pero es cierto que cuando la conocí años después, creo recordar que en El Puerto de Santa María, tenía el jet lag de los resucitados.

Hay una idea, tal vez católica, de que la belleza, el éxito o la felicidad son dones que deben ser castigados más tarde o más temprano, como una forma muy mezquina de justicia poética. Hay también una morboso placer en la contemplación del ascenso fulgurante de un cuerpo celeste, el modo en que alcanza su cénit, entra en combustión y cae, y cae, hasta que desaparece de la vista, tragado por las tinieblas entre aplausos clamorosos. Blanca Andreu, esa estrella que todos los astrónomos daban por extinta, ha vuelto a aparecer en el firmamento, brillando con una luz discreta, pero propia, suya.

1 comentario:

Alejandro Luque dijo...

Una entrevista:

http://www.mediterraneosur.es/prensa/andreu_blanca.html