sábado, 13 de marzo de 2010

Nínfulas: de Giardinelli a Olguín


¿Por qué me sorprendió saber que estaba vivo? Supongo que porque siempre lo tuve en el anaquel de los clásicos. O porque el público te da por finado si no te haces presente al menos una vez al año, o cada dos años. Pero con la reedición de su gran novela, Luna caliente, que acaba de ser llevada al cine -con escaso éxito, me temo- por Vicente Aranda, la editorial me dio la oportunidad de entrevistarlo vía mail. Uno de esos pocos momentos de gloria que esta profesión regala de vez en cuando: entrevistar a uno de tus primeros maestros, al escritor que te atrapó cuando tenías 15 o 16 años, y que el verano pasado volviste a leer con delectación, cosa extraordinaria.

En el correo que le envié no sabía cómo expresarle a Mempo Giardinelli mi gratitud y admiración. Creo que le escribí un elogio bastante torpe, que no tuvo demasiado eco en el correo de vuelta. Lo importante es que sí venían las respuestas a mi cuestionario, y que algunas de ellas ampliaban considerablemente mi visión de Luna caliente. Lo más curioso tal vez era la idea, en la que nunca hubiera caído, de que la chica de la novela es una metáfora de la Argentina, sistemáticamente golpeada, ultrajada, abusada, pero capaz de resucitar una y otra vez de su propia ruina, y paradójicamente enamorada de sus violadores.

Esta semana entrevisté a otro escritor argentino, Sergio Olguín, que obtuvo el premio Tusquets con una novela también corta y de corte negrocriminal, Oscura monótona sangre. Esta obra, separada casi 30 años de la de Giardinelli, guarda una similitud más con Luna caliente, y es el hecho de que un adulto mantenga relaciones sexuales con una nínfula adolescente. La diferencia es que ahora no hay ejercicio de la fuerza: al protagonista le basta con ofrecer comodidades materiales a la chica. Sólo tiene que comprarla con dinero.

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