lunes, 13 de abril de 2009

Norte de Italia (III) Elena Omezzolli

Vine a Forlí para dos cosas: charlar con los alumnos de traducción de la Universidad y acompañar a Elena Omezzolli en su gran día. Pero, ¿quién es esta Elena de la que tanto vengo hablando? Trataré de resumirlo más o menos como se lo expliqué a los estudiantes.
Hace un año, recibí un correo de una chica italiana en el que, con mucho protocolo, me expresaba su deseo de traducir un libro mío como trabajo final de doctorado. Fui corriendo a google, porque yo a mis hijos no los pongo en manos de cualquiera, y tecleé su nombre. Apareció un videoclip en el que cuatro chicas hacían un play-back del Walk like an egyptian de las Bangles y otra grabación en la que una muchacha comía por primera vez burgaíllos con indisimulable náusea. Entendí al momento que era la mejor traductora que podía soñar.
No sé si Muñoz Molina puede permitirse ese lujo, pero yo aún puedo dar a mis traductores tratamiento personalizado. Es más, puedo alojarlos en mi casa y cocinar para ellos. Así sucedió con Elena, con la que primero mantuvimos largas charlas por correo y msn, y luego vino a Sevilla un fin de semana con su chico, Agustín, para rematar la faena. Ahora puedo decir que no sólo te llena de orgullo que alguien se fije en tu libro y quiera dedicarle tanto tiempo y esfuerzo, sino que la experiencia ha ido mucho más allá: me ha obligado a replantearme muchísimas cosas de mi propia escritura, e incluso ha detectado un montón de fallos garrafales que me obligarán a trabajar duro en una futura segunda edición.
Uno de los trances más divertidos que pasamos en este proceso sucedió aquella noche en que Elena me dijo que le gustaría conocer a Iván, uno de los personajes de mi historia. "Lo tengo aquí, en el msn", le dije, "¿quieres que lo agregue?". Y ahí, en la más pirandelliana de las situaciones, estuvimos chateando hasta las tantas el autor, el personaje y el traductor: Ale, Ily y Ele. Habrá más traductores, espero -los libros tienen su destino-, pero nunca debo olvidarme de Elena, de la que tanto he aprendido.
Unos meses atrás, me dijo que le haría mucha ilusión que estuviera presente en su defensa de tesis. Le respondí que no tuviera la menor duda, allí estaría. El día de su graduación, entré con su familia y amigos en el aula donde, frente a un tribunal convenientemente vestido con toga, tenía ella que defender su trabajo. "Tengo entendido -dijo el presidente- que está aquí el autor objeto del estudio. Eso significa que no podemos hablar mal del libro". "No se preocupen -respondió Elena-, no entiende muy bien el italiano". ¿No es para quererla siempre?
La cita se saldó con buena nota, Elena se calzó al fin su corona de laureles, nos hicimos fotos, bebimos vino y brindamos con un vino espumoso prosecco extrañamente etiquetado Follador -apellido del bodeguero, www.folladorspumanti.it/-, un caldo amable y muy común, por lo visto, en la zona del Veneto. Pasamos la tarde con todos los Omezzolli contemplando en una exposición las delicadas formas de Canova, el gran escultor neoclásico, el maestro de los semblantes serenos y las nalgas diáfanas, acaso sólo aventajado, en lo que a representar mitologías se refiere, por el genio insuperable de Bernini. Pero es que Italia, con un cincel en la mano, es mucha Italia.
No se le podía pedir más al día que la culminación de una buena cena. Y fueron las profesoras de Elena, las encantadoras Gloria Bazzocchi y Pilar Capanaga, quienes tuvieron a bien llevarnos en coche a la cercana localidad de Bertinoro, allá en lo alto de una colina desde la cual se adivina todo el valle pacífico, anochecido. En un caserón rehabilitado con gusto y mimo, la Casina Pontormo, nos regalamos un homenaje de suculenta pasta y vino a la altura. A la vuelta, cuando caminaba por las calles desiertas de Forlí hacia mi habitación, azotado por un viento frío, iba pensando que no hay meta más alta para la literatura que ésta: encontrar amigos cómplices y ciudades hospitalarias. Si además hay un plato de ravioli, ¿quién quiere los oropeles, las academias, la matraca del Parnaso?

3 comentarios:

Elena dijo...

Ale, por fin he leido tu blog y me encuentro con una entrada toda para mi!! Que honor!
Gracias por todas las palabras que me dedicas!!

tu traductora ;)

Alejandro Luque dijo...

No te mereces menos, Ele. Y mil gracias a ti (lo nuestro es un perpetuo duelo de agradecimientos!)
Besos!

bettersaul dijo...

a pedir más al día que la culminación de una buena cena. Y fueron las profesoras de Elena, las encantadoras Gloria Bazzocchi y Pilar Capanaga, quienes tuvieron a bien llevarnos en coche a la cercana localidad de Bertinoro, allá en lo alto de una colina desde la cual se adivina todo el valle pacíf edicionesamargord.net/20-de-julio-dia-internacional-del-amigo/